El Heraldo
Opinión

Banalizar el mal

Eichmann había banalizado el crimen al reducirlo a un acto de obediencia. Se banaliza el robo de los alimentos de los niños durante 10 años cuando los ladrones aparecen en las fotos y en los textos como audaces empresarios, y se banaliza el secuestro cuando se lo hace ver como una táctica de guerra para obtener fondos y para demostrar poder.

Y me temo que estemos banalizando los reclamos de la mujer al respeto y a la igualdad con episodios como los que aparecieron en las noticias de la semana pasada.

Las acusaciones de dos mujeres periodistas de CNN contra el actor Morgan Freeman, que a sus 80 años ha tenido que soportar que alguna de sus frases de cumplido, de esas que se les dicen a las damas, sean denunciadas como incidentes de acoso. La banalización aparece cuando un manoseo obsceno y un cumplido aparecen como lo mismo: incidentes de abuso. El drama de la mujer abusada desaparece, banalizado, cuando se equipara con la frivolidad de una frase galante.

Mientras esto se comentaba y cuando aún no terminaba el Mundial, surgió la pregunta: ¿había sido machista el evento?

Las cámaras de televisión habían destacado en las tribunas a las más bellas; en las transmisiones de los partidos las mujeres periodistas solo habían cumplido tareas segundonas; ¿se estaban desconociendo los derechos de la mujer? Otra vez la banalización vino de la mano de la desproporción. Lo que pareció un reclamo laboral hizo aparecer la causa de los derechos de la mujer como un caprichoso motivo de queja. Hay que repetirlo: al perder categoría, la causa de la dignidad y de los derechos de la mujer, se banaliza.

En cambio, la dignidad con que afrontaron las amenazas contra ellas, hizo ver en su justa dimensión a cuatro mujeres periodistas –que deben sentir temor– pero que, a pesar de todo, no se silenciaron. Ellas no admitieron que se pueda ver como costumbre lo que es abusivo y criminal. Ellas han hecho ver que no puede ser usual la pretensión de silenciar su voz porque, dice una de ellas, “no es hora de callar”. Nunca es hora de callar.

Eichmann silenció su conciencia bajo la consideración de que debía obediencia a la voz que ordenaba “debes matar”, la ley común de Hitler. “Ley que los convertía a todos en criminales”, (Arendt).

Banalizar es hacer común lo que debe ser decisión individual, soberanamente libre. Vuelve común el agravio a la mujer, vuelve común el desconocimiento de su dignidad, tan común que no se nota porque hace parte del ser colectivo. A fuerza de mostrar como criminal lo que es una ligereza (el piropo, la foto a las bellas) el abuso aparece como lo común y parte de la crónica trivial.

Las contínuas informaciones sobre violencia han trivializado la muerte; la omnipresencia de la corrupción en los medios ha banalizado la corrupción, la protesta, con ocasión o sin ella, por la mujer amenaza banalizar un reclamo que es necesario y urgente.

@JaDaRestrepo

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