Hoy hace 100 años se firmó el armisticio entre los aliados y el imperio alemán, poniendo fin a los enfrentamientos de la Primera Guerra Mundial. El armisticio fue firmado en un vagón de tren en el norte de Francia. En el vagón, un teléfono estaba permanentemente en línea con Berlín, ya que los aliados desconfiaban de que los representantes alemanes fueran los reales apoderados del imperio alemán, ante la inestabilidad política que sufría este tras la reciente abdicación del emperador Guillermo II.
La Primera Guerra Mundial fue para todos los bandos un conflicto inimaginablemente carnicero y cruel, con más de 16 millones de muertos entre combatientes y civiles (aproximadamente el 1% de la población mundial en ese entonces).
Un horror absoluto. Fue la primera gran guerra tras la Revolución Industrial, lo cual aumentó sustancialmente la destructividad de las armas: se utilizaron por primera vez las armas químicas, como el gas mostaza que quemaba los pulmones de los atrincherados, los submarinos y la aviación de guerra.
En septiembre de 1914, cuando el imperio alemán invadió el norte de Francia y las tropas alemanas llegaron a pocos kilómetros de París, el ejército francés organizó una improvisada contra-ofensiva. Para transportar las tropas lo más rápido posible hacia el frente de batalla, los generales franceses requisicionaron todos los taxis de la capital para transportar los pelotones de infantería. Tras este episodio y la resistencia del ejército francés al norte de París, el conflicto se convirtió primordialmente en una guerra de trincheras: ambos ejércitos se atrincheraron en una línea de posiciones fortificadas que serpenteaba Francia desde sus costas del mar del Norte hasta la frontera suiza. Esta línea de combate permaneció sin cambios sustanciales durante los cuatro largos años de la guerra.
El armisticio puso fin al enfrentamiento, pero fue el Tratado de Versalles que puso oficialmente fin a la guerra en 1919. Uno de los postulados más importantes de este tratado fue que Alemania y sus aliados aceptaran toda la responsabilidad de la guerra, debiendo realizar importantes concesiones territoriales y pagar exorbitantes indemnizaciones económicas. El tratado fue una dura sanción para Alemania, que tuvo fuertes repercusiones en su economía, y fue sentido por muchos alemanes como una humillación. De las pocas personas que se opusieron a que las sanciones contra Alemania fueran tan pronunciadas fue -en ese entonces- el joven economista Keynes. Lastimosamente pocos lo escucharon y ese sentimiento de humillación fue aprovechado años más tarde por Hitler para despertar en el pueblo alemán un ánimo revanchista.
“La historia no es una película de Hollywood”, escribió esta semana el columnista Fareed Zakaria. La historia es compleja, pero lo más importante es no olvidarla para no repetir lo irrepetible.
@QuinteroOlmos