¿Quién no ha tenido en su niñez un patio donde jugar con una manguera haciendo de surtidor para mojar al hermano o a la hermana, a los amigos y aguantar con carita de “yo no fui” los regaños de la mamá porque el agua llegaba hasta la sala? 

A mí me parece que a Trump, con toda su infancia nadando en la riqueza, le ha podido faltar esa experiencia, y ahora, aprovechando esta oportunidad que ‘de taquito’ le da la vida, quiere jugar, primero ayudando a los ricos a que paguen menos impuestos. Y con la pretensión indignante de que México pague el muro que él quiere levantar para evitar que entren los inmigrantes, –incluidos los mexicanos–. Otro muro de la vergüenza como un día lo fue el de Berlín. Su obsesión anti-inmigrante, distanciándose de lo que hasta ahora había sido el país abierto al multilateralismo, crea un vacío muy del agrado de Rusia y China, deseosas de su conquista mundial. Se está cargando el tratado de Estados Unidos sobre el cambio climático de París. El acuerdo comercial con los países del Pacífico (TPP). Y, como broche final: salir de la Unesco. Y, por si fuera poco, también quiere desaparecer el DACA, creado por Obama para permitir la estadía y trabajo de dos años renovables a los que llegaron siendo niños con sus padres, buscando el ensueño gringo. Ahora, una pesadilla. 

El niño rico y caprichoso nos tiene en vilo, porque parece que quiere jugar a la guerra. Y encima nuestro incómodo vecino estuvo a punto de retirarnos la certificación a Colombia por falta de colaboración en la lucha contra las drogas. Olvidando el esfuerzo y las vidas que han costado la lucha contra el narcotráfico de nuestro país. Amanecerá y veremos. Por lo pronto, que Dios nos coja confesados.