Obsesión por lo negativo
Colombia padece una obsesión por la contradicción que elija el diálogo, la concertación.
Tenemos un país que lamentablemente cada día que pasa se vuelve más destructivo, más dispuesto a acoger lo malo, lo perverso, lo perjudicial. Es patológicamente una forma de comportamiento incrustada en el ADN colectivo que ni siquiera las personalidades sanas, las limpias, las que marchan con la lógica pura de los aconteceres, esas mentes que cada día son las escasas, han podido rectificar este rumbo que asusta porque dimensiona hacia el futuro calamidades inmensas, catástrofes, miserias. Es como un sino perturbador y persistente que parece identificarnos cada día más hacia lo negativo, lo funesto, lo defectuoso.
En todos los confines de la tierra sucede lo mismo, pero basta estudiar un poco a la humanidad para percibir qué sucede en menor proporción en casi la mayoría de los países del mundo. Nosotros somos en esto exagerados y particularizamos este tópico de nuestra personalidad nacional con una impronta que asombra a las minorías cuerdas que aún habitamos por acá, como a las demás naciones que no entienden por qué somos así, tan funestos, tan destructores. En todos los matices de nuestra vida cotidiana lo vivimos a diario. Tal vez Hobbes lo sintetizó mejor: “Es ese sentimiento de culpabilidad que cada quien guarda bien adentro el que explota en forma distorsionada”.
Si llega la pandemia y corremos a enfrentarla, enseguida respondemos que lo estamos haciendo pésimo. Si creamos mecanismos para la paz asoman inmediatamente todos los aspectos negativos que se encuentren o inventen para oponernos a ello, que mal que bien con todos sus defectos es o fue un comienzo. Si elegimos gobernantes como gobernadores o alcaldes que no se han posesionado para entrar a destruirlos, entonces para qué los eligen. Si conseguimos financiaciones internacionales óptimas para conjurar nuestras crisis económicas internas al instante salimos a criticarlas o vetarlas o calumniarlas. Si buscamos consensos para transformaciones sustanciales a la sociedad, a las instituciones, jamás se reconocen los avances, los esfuerzos, el ánimo de resiliencia, no, hay que combatirlo, atacarlo porque es azul o amarillo o rojo o verde. Es el espíritu de la contradicción permanente, latente, pero insistentemente equivocado.
Colombia padece una obsesión por la contradicción que elija el diálogo, la concertación. Bajo el disfraz de lo político: Oposición, disque izquierdas y derechas, semejante ridiculez anacrónica en pleno siglo XXI cuando acabamos de aterrizar en Marte; o con el pretexto de aliviar los egos subidos todo el mundo critica pero nadie construye. Abundan los sabiondos de tiendas vulgares, pero no se conocen las voces que aportan y suman y sí existen las que acallan con el delito, con las balas o con lo más común: las calumnias. Es un sino de desgracias que hacen al país cada día más desgraciado. Es una forma de autodestruirnos, de entrar en decadencia. Es la manera estúpida de darle la espalda al progreso, a la ciencia, al futuro, a la inteligencia, para conseguir seguir enroscado en los egoísmos, las envidias, los rencores, los odios, las amenazas. ¿Así seguiremos hasta estrellarnos o ya estamos estrellados?
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