Cuando Chirac como presidente de Francia recibió al alcalde de la época recién posesionado para escucharle su saludo protocolario e informe de labores el presidente, lo interrumpió y le dijo llanamente: “Todo lo que me dice lo aplaudo y continúe con sus controles de precio y medidas, pero por favor dedíquele sus mayores esfuerzos para conseguir en París mayores espacios para caminar, para estacionar vehículos, para abrir nuevos barrios, para construir nuevos parques”.

Guardando las proporciones, comparamos a Barranquilla ante esta problemática y un ligero análisis nos muestra que desde hace cincuenta años tenemos más que menos los mismos barrios, el mismo parque, las mismas calles y avenidas. Los que pasamos por la administración de la ciudad algo hicimos, hasta el alcalde Char que pagó deudas, tuvo el control político y ejecutó obras que parecían imposibles. No obstante, hoy día tenemos más gente circulando –como es lógico–, la ciudad creció en invasiones y acogió con el área metropolitanamás espacios urbanizables, y los pocos barrios nuevos son algunos de invasión y otros apéndices o terminaciones de ciertos barrios antiguos que no habían desarrollado aún sus límites.

El caso es que aparentemente ha faltado por años planeación municipal, un empuje regulador que nos hace mucho recordar el Plan Regulador de Barranquilla y la Planificación de la Misión Japonesa, que por cierto tuvimos el placer de impulsar en su primera etapa, pero después se truncó inexplicablemente a los pocos años. Por eso comparamos a Barranquilla con otras urbes extranjeras permanentemente, donde todo se encuentra al servicio del ciudadano en su propio barrio, evitándole salir de él en su vida cotidiana y solo excepcionalmente cuando una necesidad u obligación extra se lo impone. Así, en el mismo barrio en el que vive se encuentra su lugar de trabajo, a pocas cuadras el supermercado, la escuela de sus hijos, la iglesia, el bar o club, las canchas deportivas, la barbería o el salón de belleza.

Entre nosotros ya se empieza a vislumbrar algo de este paisaje, pero faltarán años para volverlo una realidad global. No obstante, el buen trabajo de la Secretaría de Movilidad hoy día es evidente frente al agobio en el tránsito que es bárbaro por las reparaciones de calles y arroyos, pero esto será pasajero. Ante la incultura ciudadana que brilla en cada esquina, hay que impulsar más aún la planeación urbana y ensayar –si es el caso– soluciones heroicas que ayuden a mitigar la congestión, las multitudes permanentes, los atropellos, los abusos, los crímenes y los delitos por doquier.

Quizás en forma utópica pensamos que doblar la vigilancia policiva no es una invitación para que crezca la burocracia en esa institución, sino que se concientice de que a mayor población y crecimiento urbano, desordenado como el nuestro, debe haber mayor vigilancia ciudadana permanente. La educación cívica en los colegios es fundamental para formar ciudadanos del futuro y combatir esa corrupción galopante que nos quita el sueño y el buen genio a millones de ciudadanos que no quieren, además de luchar contra las indisposiciones cotidianas, dormir por la noche con sobresaltos y pesadillas.