La historia, los siglos, la humanidad en su trayectoria legendaria o real, nos han demostrado que casi siempre los grandes acontecimientos, los fabulosos descubrimientos, las enormes conquistas bélicas o científicas por ejemplo, se han originado en la exaltación exagerada, con ribetes de autoidolatría de personajes que marcaron un hito en el transcurrir de años y siglos. Pero también, quizás con mayor frecuencia las enormes desgracias humanas, las guerras, las hecatombes políticas, las gigantes olas de crímenes y desastres provocados, también, repetimos muchísimas veces, han tenido origen desmedido, desbordado, ciego, de muchos seres humanos hombres y mujeres que por su prepotente personalidad llena de ambiciones y ciega terquedad sobrepasaron la lógica de la mesura, la prudencia, la decencia y la convivencia humana.
América no ha sido ajena a este fenómeno de los súper egos. Inclusive, hoy día, un breve repaso desde Canadá hasta Argentina nos muestra un panorama de personajes obtusos, autoidolatras, convencidos de que solo su voluntad, su poder de decisión, su sabiduría supuesta o real, es la única que tiene valor, la única que posee la fuerza de la verdad, la única impoluta que obedece a lo que debe ser según ellos, porque lo demás, lo que piensan o determinan los otros jamás estará a la altura intelectual que sus decisiones.
Hoy mencionamos aquí a Johnson en Inglaterra, o a Salvini en Italia, o el célebre por lo obtuso presidente de Corea del Norte. Acerquémonos a América Latina donde a la mano tenemos a un Bolsonaro en Brasil, un Maduro en Venezuela, un Ortega en Nicaragua que están convencidos de que la palabra de ellos es la palabra de Dios, la última cima, la más alta del entendimiento humano y que solo sus ideas, sus criterios, sus decisiones son las correctas. A su alrededor, por supuesto, se levantan en protesta millones de seres humanos que calibran mejor los enormes errores y gigantescas grietas que producen aquellos egocentristas en el devenir de la convivencia humana.
Colombia está sumida hace cerca de quince años en una polarización que nació porque dos extremos nunca llegaron a encontrarse, porque dos egos superinflados asumieron determinadas posturas políticas inmodificables y a través de los años se olvidaron de que tenían cada uno medio país alrededor de ellos, para con una terquedad inaudita persiguieran siempre imponer solo lo que ellos consideraban conveniente. No han escuchado a nadie, solo su propia voz; no han dialogado con nadie, solo con su propio yo, tratan de engañar mostrando que oyen a sus simpatizantes ¿pero acaso no hacen lo que les da la gana?
Son dos expresidentes de la República que han sometido a la esclavitud intelectual y política a todo un país, y qué daño le han hecho al Estado y a los colombianos. Porque de todo esto lo único que ha nacido es el odio y el cultivo de la venganza. Lo que sorprende mucho es que una gran parte de la gente altamente pensante del país, que vale mucho, nuestros dirigentes, líderes, intelectuales de valía, hombres y mujeres de alta alcurnia cultural y académica hayan podido permanecer sumisos, obedientes, casi lacayos,serviles, bajo los dominio a veces caricaturescos, a veces macabros de estos dos enemigos que partieron al país en dos partes y borraron de él las palabras paz, concordia,inteligencia, voluntad de pensar en Colombia por el bien general.¡Cuántas personalidades continúan asombrosamente hipotecadas en su estructura intelectual!
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