El Heraldo
Opinión

Las cámaras filmadoras

Es evidente que en el mundo moderno la alta tecnología ha superado todos los cálculos, ha impuesto sorprendentes nuevos modelos, ha cambiado el curso de la vida en muchísimos aspectos, ha transformado renglones impasibles por la historia y la tradición en nuevos caracteres de sorprendente utilidad diaria. El internet, ese complejo mundo que es de todos y no es de nadie, el rayo láser que transformó hasta la complicada ecuación del átomo, la informática en sus muchas dimensiones desde teóricas hasta las prácticas, cambiaron no solamente costumbres, educación, dependencias y mundos laborales hasta la mínima exposición de la vida privada.

La salud, las comunicaciones, el transporte son apenas unos aspectos en donde la investigación y nuevos inventos llevan la bandera de lo sorprendente. En la actividad profesional de la criminalística este avance ha llegado a extremos tan positivos que la vida se retrata, por decirlo de alguna manera, en los sofisticados aparatos utilizados por los gobiernos, los jueces y los investigadores de la policía y afines, entes de control que obtienen espectaculares resultados.

El fenómeno afortunado es mundial y ya Colombia entró en la era de esta sinfonía de investigaciones espectaculares contra el delito que viene arrojando resultados fabulosos. Los últimos avances de los investigadores de la Fiscalía General de la Nación y de la Policía Nacional para llegar al fondo de crímenes que parecían insolubles, llena de alivio a una sociedad hastiada de las pesquisas eternas sin resultados por años. En Barranquilla, para no hablar del resto del país, las cámaras filmadoras situadas estratégicamente, casi que disimuladamente, en sitios clave del devenir diario de millones de personas, están arrojando resultados verdaderamente asombrosos, de modo que como auxiliares de la justicia su valor es incalculable. Lástima que estos resultados posteriormente en el proceso se encuentren con esa espantosa realidad de la impunidad y atraso judicial en donde los presuntos delincuentes terminan muy prontamente libres por falta de pruebas, por demora en los términos judiciales o, por desgracia, como fruto de una negligencia o incompetencia de los jueces que llena nuestras calles de sindicados por muchos delitos, pero libres transitando bajo un manto de impunidad.

De todos modos estos crímenes que se van resolviendo por acción de las cámaras filmadoras no deben hacernos olvidar que esta labor investigativa es de triple aplauso, pero debemos en ella evitar los abusos que se dan en demasía, frecuentemente, afectando la imparcialidad y la verdad de los acontecimientos. Las cámaras filmadoras, por ejemplo, de control de tráfico automotor cometen miles de injusticias porque es muy complejo el tema de fracciones de segundos para establecer si hubo o no infracción en muchos casos. Y lo mismo pasa con internet, donde el insulto, el matoneo, la calumnia anónima y el escudo cobarde ante el anonimato hacen mucho daño y aún falta en el país una reglamentación fuerte y exigente al respecto. Pero ya debe venir en  camino porque la necesitamos.

 

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