No se trata en esta columna de entrar a utilizar los anacrónicos conceptos de: la izquierda y la derecha para determinar en pleno siglo veintiuno las brechas sociales abiertas más profundas en el contexto socio económico del mundo, especialmente de América Latina y África. Recurrir a conceptos emanados de la revolución francesa aun hoy día es poético y hermoso para los humanistas, pero no para medir las desigualdades de la humanidad. No deben acudir a estos expedientes escritores de opinión frecuentes que abusan de la dialéctica del pasado para cimentar argumentos actuales.

La verdad escueta es que el mundo cada día más abre la brecha de la desigualdad. No amparados en nuestro análisis en las cifras o estadísticas de revistas frívolas que se la pasan sacando estadística para ver cuántos ricos hay de más cada año, sino porque aterrizar en la práctica cotidiana es un deber de los observadores del mundo estudiosos de la problemática del hambre, de la ausencia de servicios básicos, de la precariedad o nulidad de asistencia de salud, de la indigencia disimulada, que no les permitirá nunca tener un techo propio.

América Latina se hunde más en este fango. Lo presenciamos a diario con las noticias que llueven de todas partes. No mencionemos a Venezuela que ya tocó fondo sintiendo la urticaria de la miseria. Pero veamos alrededor y observamos cómo se está hundiendo México con las promesas ilusas e incumplidas del nuevo presidente. Nicaragua se perturba cada día mas en una ambigüedad política y económica encaminada al fracaso, y Argentina, que pudo seguir un ascenso en sus índices económicos, se está desplomando en su política monetaria en el PIB y en sus políticas salariales que la asfixian. Chile?, tarde, pero destapó su indignidad con violencia desconocida.

Colombia se encubre en sofismas de distracción que no resaltan una verdad nacional. Ya lo advirtió hace tres meses el presidente de la junta del Banco de la República y medio gobierno se resintió. Pero dijo la verdad. Las regiones ahondan su grado de pobreza y para nuestras gráficas penosas la región Caribe cada día es más pobre a pesar del enorme y meritorio esfuerzo de los gobernadores, pero las necesidades son superiores a la demanda de inversiones. La realidad llego a las estadísticas del Dane y el desempleo por fin se conoció en su realidad: 12%. Hoy, nuestros pueblos, lo más triste es compararlos con los del interior del país, tienen nuevos parques afortunadamente, escuelas, puesto de salud, políticas de vivienda de interés social. Pero cuatro de cada diez hogares no tiene la tercera comida del día. Más de tres muchachos entre diez se quedan sin estudiar y cinco de cada diez se dedican al vicio. No son inventos, son una realidad apremiante que merecen más atención que las carreteras 4G, que los nuevos TLC con China y otros países asiáticos. Pero hay unos sordos en el Ministerio de Hacienda y en Planeación Nacional que solo escuchan lo que sus vanidades enaltecidas en la lisonja les dice al oído: Que vamos bien, que todo está correcto, que la desigualdad cede. No; la desigualdad social y económica crece cada día más y en la Costa Caribe la vemos más que en las revistas e informes oficiales o en las propias calles llenas de mendigos con la mano extendida.