Debemos ya dejarnos en Colombia, políticamente hablando, de continuar fijando posiciones ya anacrónicas en la historia, que si la derecha, que si la izquierda y por ello sujetarnos a estos esquemas desuetos que no obedecen actualmente a ninguna ideología y mucho menos a un contorno filosófico de ideas políticas. El mundo ha cambiado tanto, el atropello del delito es tan avasallador, la tecnología ha deshumanizado tanto al ser inteligente, que estamos reducidos a dejar vivir, permitir que nos dejen existir, caminar por los destinos del mundo en medio de crímenes y balas y buscar casi a tientas que las generaciones avancen, siempre con el remoto pero vivo anhelo de que al final se encuentre la armonía y la paz.
Mientras tanto, en medio de esta insulsa pelea por definir dizque ideologías políticas, nos vamos olvidando de algo elemental: Para sobrevivir hoy día en cualquier escenario del mundo se necesita autoridad, firme autoridad, mano férrea, dura, implacable, contra los delitos en todas sus características y modalidades. Colombia está inmersa en un mar de delitos, no nos alcanzan las cárceles, no alcanzamos a evacuar toda la inmundicia humana que corroe la sociedad, nos van ganando la guerra, hace rato, el crimen, el secuestro, el narcotráfico, los falsos positivos, las desapariciones forzadas, la repugnante violencia contra los niños, el ultraje a la mujer, el delito como forma de vida, como cultura del más vivo o más arriesgado.
No podemos seguir así. Y no podemos seguir así porque a cada rato hacemos el ridículo, como hace unos meses cuando tres mil hombres, con armas de alta dotación, con proyectiles y vehículos modernos se desplegaron por miles de kilómetros para buscar a un tal ‘Guacho’, reconocido delincuente y después de anunciar que sería “cuestión de horas su muerte o su detención”, el facineroso se escapó del Ejecito y dejó a todo un país y sus más altas instituciones en la más desagradable humillación. ¿Cuánto le costó al país perseguir a este delincuente? Hasta que finalmente le dieron de baja.
Mientras tanto los jueces se apartan cada día más de su misión, la Policía trabaja y ofrece resultados, pero el cuello de botella de la impunidad ahoga sus esfuerzos. Es triste ver a Colombia asfixiada en medio de tanta podredumbre, por todos lados, a toda hora. Y por más que tratamos de salir adelante cada día nos hundimos más en el estiércol de la delincuencia. En una sola frase es la delincuencia con todas sus sinfonías la que gana hasta ahora la guerra y es el Estado el gran perdedor porque no puede hace cumplir los mandatos constitucionales de proteger la vida, honra y bienes de los ciudadanos.
Al final el diagnóstico de cualquier elucubración es mas sencillo de lo que se supone: Lo que necesita el país es autoridad firme y decidida en todos sus aspectos. Es decir, sencillamente hablando hacer cumplir la ley. Pero una autoridad fuerte, políticamente acertada, no importa el calificativo que le quieran dar los inconformes y esto se encuentra en manos de un gobierno que tiene en frente una alternativa difícil: O gana o pierde la guerra. O se impone el orden o nos avasalla el delito. O nos hundimos o sobrevivimos. ¿Podemos mirar entre los vecinos?
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