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Opinión

‘El piedra’

Cartagena es la ciudad del glamur en Colombia, la de las alfombras rojas, las reinas de belleza, los artistas de Hollywood que visitan su festival de cine, la de las estrellas musicales y literarias, la que hospeda a mandatarios y dignidades, la que cuentan que visitó el príncipe Carlos en los años setenta, la de los palacios coloniales, espléndidos, “que cuestan la fortuna de los Trujillo”, como exagera un amigo. 

Esta Cartagena, la fantástica, la que conoce Colombia a través de sus postales de turismo, no es la misma que aparece en ‘El piedra’, la película de Rafael Martínez Moreno actualmente en cartelera. 

En esta otra Cartagena, en un barrio en el cerro desde el cual, a lo lejos, se alcanza a apreciar el paisaje de rascacielos, vive un hombre que alguna vez ganó quince batallas de boxeo, unas cuantas de ellas por knockout, que hoy no es más que fracaso y vive de los recuerdos y de los pocos pesos que le produce el mototaxismo; un hombre negro, de mirada triste, a media asta, de piel curtida y con el abdomen que ya comienza a pronunciarse.

Todas las pierde este hombre. No solo las peleas sobre el ring, sino también a las que a diario lo enfrenta la vida. Hasta un niño lo engaña, aunque es más correcto decir que se deja engañar del niño quizá como una manera de darse duro a sí mismo, de azotarse mentalmente para terminar de convencerse que de veras es lo que es: un fracasado. Los que eran sus amigos le sacan el cuerpo. Los niños se le burlan al verlo pasar.

La película narra el encuentro de un hombre adulto con su fracaso, con su soledad. Reynaldo Salgado se llama el boxeador. Antes le decían ‘El piedra’ por la fuerza de sus puños. Hoy le gritan ‘El piedra’ porque no se levanta nunca de la tierra, de la lona. 

Un día toca a su casa uno de estos niños con la noticia de que es el hijo que él engendró con una mujer a la que él no recuerda. Su vida comienza a dar un vuelco. Y la del niño también. El niño quiere ser boxeador y admira al boxeador que alguna vez fue Reynaldo, pero Reynaldo se niega. En su lugar, le enseña a leer y a escribir, quizá creyendo que, de esta forma, el niño saldrá algún día adelante, tendrá una oportunidad, será “alguien”.

Una tarde, mirando los rascacielos al otro lado del mundo en el que habitan, el niño pregunta si conoce a alguien de los que viven de este lado que hoy sea rico y viva del otro lado. Por respuesta, al otro día Reynaldo lo enseña a conducir la moto. Así, poco a poco se va forjando entre ambos una relación de padre-hijo; una relación que parte de una ficción y se aferra en la necesidad de tenerse el uno al otro, de creer el uno en el otro.

De esto va esta película: de la fuerza que le da al hombre responsabilizarse de otra vida; de luchar ya no por uno mismo sino por todos, por ese niño que representa el mañana, pero también por los demás. El piedra es la metáfora del hombre sobre la tierra, de su lucha por la supervivencia. Esa lucha que vencen solo los más fuertes. Como Reynaldo Salgado, ese gran perdedor.  

@sanchezbaute

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