Cuando mi generación tenía veinte años nació MTV. Crecimos viendo los videos de Michael Jackson, Madonna y disfrutando de unplugged, una palabra que pasó a la jerga popular y que influyó tanto que a veces creo que mi generación sigue igual: desconectada.
Esta semana Bolsonaro propuso un “filtro moral” para el cine brasileño. La idea, censurable, consiste en negar dineros públicos a películas con temática o escenas que no se ajustan a la moral de su gobierno: la censura de principios del siglo XX que cuenta Cinema paraíso, pero en pleno siglo XXI. “Moral” se entiende aquí “sexo”. Leí en Facebook: “Ese es el hombre que necesitamos aquí, a ver si dejan de mostrar tanta pornografía en el cine y la televisión”.
La gente de mi generación vivió el comienzo del paso de pueblo a ciudad que se registró en Colombia a finales del siglo pasado. Muchos se quedaron en el mundo bucólico, campesino, de nuestros abuelos. Pero hace mucho rato el mundo dejó de ser lo que fue. Para bien y para mal. Muchos no se han enterado que ya nadie ve Don Chinche sino Juego de tronos. Eso de censurar el cine y la TV, el entretenimiento con que nosotros crecimos, es desconocer internet, Netflix y HBO, el entretenimiento con el que ellos están creciendo.
Sí, tus hijos ven porno. Se lee en un reportaje reciente en NYTimes: “Nunca antes ha sido tan fácil ver porno. Nunca antes se ha consumido desde edades tan tempranas. Los niñ@s se inician hoy a los nueve años. Gratuitos y accesibles las 24 horas del día, los contenidos de sexo explícito que inundan la Red se han convertido en la educación sexual del siglo XXI a falta de formación específica”.
A nuestros padres les quedaba fácil simplemente con prohibir. Mi generación, en cambio, debe explicar y convencer, lo cual no es muy cómodo para una gente que creció oyendo que el sexo es pecado, sin asistir jamás a una clase de educación sexual ni hablar sin prejuicios sobre el tema.
Lo de las cartillas, el politizado y banalizado discurso “hay que salvar a nuestros niños”, el rayo homosexualizador y la negación del derecho de la mujer sobre su propio cuerpo es la misma apariencia de siempre: “Con tal de que nadie lo sepa, haz lo que quieras que a mí no me interesa”.
Pero en tiempos de narcisismo, influencers y likes, esa unidad métrica de lo cool, es decir, de lo popular -y a nada aspira más un adolescente que a ser popular-, los jóvenes de hoy quieren que todo lo que hacen se sepa, igual en las redes como en los chats “privados”.
Muchos de estos que aplauden la censura de Bolsonaro deberían darse una vueltecita por Euforia no para aterrarse -si es que hay que aterrarse- con tanta droga y tanto sexo, sino con la frialdad y la soledad de muchachos que crecen frente a la pantalla de un teléfono. O pásense por Chaturbate.
No es censurar, sino conocer y aceptar el mundo en que vivimos. El asunto es de diálogo generacional, de conectarse con la realidad.
@sanchezbaute
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