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De nuevo Alejo

El próximo sábado se cumplen cien años del nacimiento de Alejo Durán, “el negro grande del vallenato” que nació en El Paso, Cesar, hijo de una cantadora de chandé descendiente de esclavos de la hacienda Las Cabezas, vecina de Mompós. Quizá es justo de aquí, de saberse un hijo de la libertad, de donde le vienen la dignidad y la grandeza con que se autodescalificó en el Festival de 1987.

Se habla mucho de lo que sucedió en este evento, pero poco de aquel donde se alzó como el primer rey vallenato. Una vez le oí esta historia a Roberto Pavajeau, el Turco: “Alejo Durán no venía para acá. Yo me hice amigo de él en un evento gallístico en Sincelejo. Yo andaba con Eduardo Mattos, llevábamos tres días bebiendo y me lo traje a Valledupar a parrandear donde mi papá. Cuando íbamos a entrar a la casa, uno de los jurados alcanzó a ver a Alejo desde la puerta de Nandito Molina, diagonal nuestra casa, y se vino corriendo a buscarlo. Alejo no quería participar, pero el jurado le dijo que el doctor López Michelsen quería oírlo tocar y se lo llevó. Él fue a eso, a tocarle a López. La siguiente vez que lo vi fue ya en la tarima”.

El Turco también contó que al pueblo le gustó Alejo por su talento, pero también por su personalidad, por el vozarrón que tenía y, especialmente, porque era negro y el pueblo se identificó con eso. “Emiliano también concursó en ese Festival, pero cuando le tocó el turno de presentación en la improvisada tarima de madera, lo llamaron tres veces y no apareció. Salimos a buscarlo y estaba en una parranda donde María Namén, que estaba ennoviada para entonces con Poncho Murgas. Poncho atajó a Emiliano y dijo: “Él no va para ningún concurso porque aquí estamos bien sabroso”.

Hay otra versión sobre esto. Cuenta que, camino de El Paso a Valledupar para participar en ese primer concurso, Alejo se detuvo a comer en una fonda. Al verlo cargar un acordeón, la dueña del lugar le preguntó adónde se dirigía. Él contestó: “A participar en el Festival de Valledupar”. La mujer sonrió con ironía y le dijo: “Vea, mejor no pierda su tiempo. He oído que Alejo Durán también va a concursar y a ese hombre no le gana nadie en el acordeón”. 

Como estas, seguramente hay muchas más. Y las hay, porque Alejo es una leyenda y las leyendas se nutren de la literatura con que cada quien las cuenta. En las parrandas, esta oralidad es tan importante como la música, pues todo el mundo quiere saber de dónde salió cada canción, qué pasó alrededor de ella, quién la inspiró. Lo mismo sucede con los músicos: quiénes eran y cómo llegaron a ser lo que son. 

De Alejo Durán se sabe mucho, pero en realidad se sabe poco. Se conocen sus canciones, se conocen las 18 mujeres que tuvo, sus 25 hijos; se repiten anécdotas de parrandas en las que estuvo, de sus múltiples oficios. Hasta de su entierro se hizo un documental. Sin embargo, aún no sabemos quién fue él. No qué hizo. Tampoco lo que guardaba su corazón. A mí, al menos, me gustaría leer un perfil sicológico de Alejo. Si ya se escribió y no lo conozco, pido desde aquí información. 

@sanchezbaute

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