Hace años escribí algo así. Hoy no puedo escribir nada distinto. Me sale de memoria y del alma.
No sé cómo definir lo que se siente. Duele el pecho, la respiración falla. No sé si es una enfermedad, una manía, una neurosis heredada. Sé que comparto esta condición con algunos otros de manera permanente, y en contadas situaciones de epidemia se suman miles más. Quiero creer que esto es un estilo de vida, una elección permanente de trasegar por la incertidumbre, de entregarse a la espera de un milagro, de un mínimo momento de sosiego. Esto es vivir aferrado a una esperanza. Esto es un acto de fe.
Yo soy juniorista.
Esto es de cuna. De los recuerdos claros que me quedan de la añorada niñez es la de ver al viejo Freddy brincando en calzoncillos y llorando mientras escuchaba al campeón Perea narrar el tercero en el Campín un diciembre de 1977. Recuerdo también a doña Beatriz Eugenia contarme que cuando era una bella adolescente se iba desde las 10 de la mañana a ver a Dida en el Romelio. Hoy sigue siendo bella y pone a sus hijos a mandarle los goles por whatsapp. Los tiempos cambian, pero el amor sigue intacto.
Con ese antecedente era cuestión de tiempo para que el estado de ánimo se asociara a lo que pasaba en el Romelio o en el Metropolitano. Vi a Babington, a Willy Knight correr al baño, vi al Didí bailar jugadores en una baldosa, al Emperador Uribe jugar sin despeinarse, al Príncipe Giovanny ser recontra ídolo, vi a Charlie Cow, entendí que los genios pueden tomar la forma de robustos goleadores como Iván René o menudos atrevidos como Pachequito, disfruté con la reencarnación de Bob Marley con tinte rubio, un rastafari del balón que nos hizo entender que “todo bien, todo bien”. ¿Cómo no desear que fuera domingo para vivir todo eso?
¿Cómo? Los junioristas sabemos que estas apenas han sido algunas uvas maduras. Que las crestas de las olas han estado acompañadas de valles turbulentos, de goles en contra en el último minuto, de penales por las nubes, de amarguras inenarrables que solo entienden los que las vivimos. Pero ahí se ha estado. Porque es un acto de fe. A pesar de todo, los junioristas, los de verdad, sabemos que la nuestra es la historia de un amor correspondido a veces y defendido con piadosa abnegación.
Por eso hoy, con una estrella nueva cosida en el escudo, valoramos enormemente las piedras por las que se caminó, los callos que salieron, las lágrimas que se derramaron y los apretones en el bajo vientre.
Por eso es que nos juntamos cual cofradía de posesos alrededor de bebidas tibias, calor abrasante, olores insepultos y frituras cocinadas en aceites de los carnavales del siglo XX. Por eso es que los madreamos segundos antes de aplaudirlos a rabiar. Por eso es que hemos aprendido que nada se gana sin sufrir. Porque la sangre es rojiblanca. Porque el cielo es azul. Porque Junior es Tu Papá y Papá es uno solo. Y que no se metan con él. Junior es un acto de fe. Ganó la fe. Ganó Papá.
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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