
Pobreza de tiempo
La preocupación sobre este fenómeno ha motivado numerosos análisis y estudios desde distintas aristas. Ligar producción al tiempo dedicado al trabajo es, y desde hace rato, un concepto tan discutido como revaluado. Las horas/hombre medidas sin cualificación terminan por ser engañosos indicador de supuesta productividad, a la vez que se olvida del bienestar humano que, en lógico principio, debería ser la razón de ser de esa productividad.
Este concepto se asocia al mucho o poco tiempo disponible que nos queda luego de concluir las actividades relacionadas con el trabajo, sea remunerado o no. Otras maneras de definirlo limitan la medición del tiempo a lo remunerado, por lo que quedan afuera las actividades del hogar, de cuidado y autocuidado personal, y las demás que se considere no caben en esa nube etérea que se llama “tiempo libre”. En cualquier caso, la pobreza de tiempo va ligada una disminución de posibilidades de crecimiento y desarrollo individual, a carencias emocionales o problemas derivados del estrés, y a desajustes en las relaciones sociales de quienes la padecen.
Aunque indudablemente el concepto se amarra a la adquisición, el capital y el consumo en una sociedad directamente marcada por el vértigo y el mercado, en algunos casos esa pobreza de tiempo no va ligada a, por ejemplo, medidores de necesidades básicas insatisfechas. A veces la saturación del tiempo invertido a lo laboral pasa por ser una elección y no una obligación, motivada entre otras cosas por el interés de acumular riqueza o, como suele ocurrir, por el sobreendeudamiento que traen consigo ciertos estilos de vida o responsabilidades adquiridas de todo tipo. Caminos distintos para llegar a una frase que, aunque repetida y estereotipada, no deja de tener su dosis de verdad: Se vive para trabajar.
La preocupación sobre este fenómeno ha motivado numerosos análisis y estudios desde distintas aristas. Ligar producción al tiempo dedicado al trabajo es, y desde hace rato, un concepto tan discutido como revaluado. Las horas/hombre medidas sin cualificación terminan por ser engañosos indicador de supuesta productividad, a la vez que se olvida del bienestar humano que, en lógico principio, debería ser la razón de ser de esa productividad.
Diversos estudios coinciden en afirmar que Colombia es uno de los países del mundo con la jornada laboral más extensa. Uno de la OCDE anota que el 14.2% de los trabajadores dedicó 60 o más horas por semana a actividades laborales durante el 2020; muy por encima del promedio de países que pertenecen a dicha organización, situado en el 4.4%. Seguramente expertos en la materia podrán explicar mejor que yo como estas cifras evidencian inequidades estructurales sobre las que intervenir tomará décadas, pero todos coincidiremos en que algo hay que hacer.
Este año entrará en vigor la normativa de la Ley 2101 de 2021 relacionada con la disminución de la jornada laboral en Colombia. Con base en lo estipulado, se espera que en 2026 sean 42 y no 48 las horas semanales laboradas, sin que ello suponga afectar el salario o los derechos de los trabajadores. Esta noticia, buena de por sí, debe acompañarse de programas eficaces, llamativos y socialmente responsables para disminuir igualmente la pobreza de tiempo. Necesitamos darle al tiempo libre el valor y la importancia que merecen.
Y aquí, arte y cultura son fundamentales.
@alfredosabbagh
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