
Ojalá, Amira
No tenemos un espacio igual ni interés manifiesto porque lo haya en el futuro cercano. No da tantos votos, supone uno. Ojalá que cuando se pueda queden energías para volver a recorrer los recovecos, subirse a la tramoya, probar los seguidores, hacer sonar el timbre de llamado, apagar las luces y abrir el telón. Ojalá igual podamos transportarnos a otros mundos llevados por la voz, la imagen o los movimientos de quienes brillen bajo los reflectores.
Lo conocí en 1991 en lo que inició siendo una jornada de trabajo y terminó por ser el arranque de un, por ahora, truncado viaje. Cuando entré y me topé de frente con el telón de boca casi me voy de ídem. No lo pude disfrutar todo lo que hubiera anhelado porque lo subieron para arreglar el escenario del evento académico que por los 25 años de Uninorte se iba a desarrollar esa misma noche y que me tocaba cubrir para televisión. El olor de la madera y de la alfombra, la percepción sonora que produce la sala, su solemnidad sacra y los recovecos que desde ese mismo día empecé a conocer me hicieron volver con gusto muchas veces más como gestor, hacedor o espectador. De allá recuerdo con enorme afecto a los funcionarios del Banco que se encargaban de la administración, de las luces y el sonido. Recuerdo desde el último de los fosos hasta la más alta de las cabinas, pasando por los entramados de luces y escenografía donde me subí sin permiso en 1992 para colgar una pantalla de video hecha con 9 láminas de icopor, madera de balso y silicona. Eran buenos tiempos.
Recuerdo los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Barranquilla, realidad en ese momento gracias a la tozudez de Pauline Schutmaat y el apoyo que le brindó Moisés Consuegra; los festivales de Teatro y de cuenteros que organizaba Luneta 50 con Manuel y Zoila, los conciertos del mes que organizaba el área cultural del Banco, el sensacional Barranquijazz, los festivales de Danza Contemporánea de Mónica, y por supuesto el fenomenal Carnaval de las Artes que comandaba Fiori, un maravilloso ser humano que merece todos los aplausos posibles.
Al recuerdo igualmente vienen conciertos de artistas como Raphael, los Rock a Milenio que organizaba Bob Flowers a inicios de siglo, los festivales de la canción y de danza de numerosos colegios y entidades públicas y privadas, las exposiciones en el foyer, los talleres y conferencias de todo tipo en su sala múltiple, al lado de la pequeña pero bien surtida biblioteca de obras publicadas por el mismo Banco… Había de todo y para todos, porque en sus jardines exteriores también se hicieron numerosos eventos. Era un espacio para la felicidad de la imaginación.
El Banco administrador tomó la decisión hace 5 años de cerrar sus puertas por las delicadas condiciones de la estructura. Noticias recientes apuntan a que pasará otro lustro antes de que las abra de nuevo. El asunto es complejo. No tenemos un espacio igual ni interés manifiesto porque lo haya en el futuro cercano. No da tantos votos, supone uno. Ojalá que cuando se pueda queden energías para volver a recorrer los recovecos, subirse a la tramoya, probar los seguidores, hacer sonar el timbre de llamado, apagar las luces y abrir el telón. Ojalá igual podamos transportarnos a otros mundos llevados por la voz, la imagen o los movimientos de quienes brillen bajo los reflectores. Ojalá que en la delgada y selectiva memoria colectiva quede algún recuerdo de lo que significa y significó.
Ojalá, Amira. Ojalá.
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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