En uno de sus roles más recordados, Al Pacino personifica al mismísimo Satanás en “El abogado del diablo”, exitoso filme lanzado en 1999 bajo la dirección de Taylor Hackford (el mismo de “Ray”, otra gran peli); y en donde se nos cuenta de amena manera la vieja lucha entre el bien y el mal que prácticamente ha permeado todos los relatos que el ser humano recuerde. Al final, y como suele pasar, será la propia elección y no las circunstancias lo que determine el curso de los acontecimientos. Como único spoiler, el personaje de Pacino termina diciendo a cámara “Vanidad, mi pecado favorito”; frase que se ha vuelto de obligatoria referencia en el cine de las últimas 3 o 4 décadas.
Un repaso rápido a las redes sociales y los medios en estos días de aislamiento preventivo permiten inferir que está “de moda” el pecado favorito. Inundados estamos de frases de aliento, de fotos sonriendo, de consejos para la vida, de ideas para “hagamos de la crisis una oportunidad” y demás referencias a manuales de autoayuda, de esos que venden en las cajas de los supermercados. La necesaria solidaridad no llega sin primero hacer una enorme bulla, como si la misma engordara algo distinto que el ego. Debajo de esa bulla se esconde el silencio de la calle, la que siempre ha estado allí, la que ahora sirve de tribuna a esa, a la favorita del diablo, a la señora vanidad.
Si dejaran de preguntarle al espejo, tal vez se darían cuenta que esta crisis global ha desnudado las enormes desigualdades y las irresponsables maneras que adoptamos para relacionarnos con el entorno. El planeta se aburrió, tosió, y nos tiene guardados a todos mientras se recupera un poco. Un poquito nada más, siendo realistas. Pero en ese recuperar el mismo planeta seguro espera que sus egoístas habitantes se den cuenta que no tienen otro más, y que es necesario tratarlo mejor. Como humanidad no podemos seguir devorando el globo sin sembrar nuevamente. Y si eso implica cambios en el estilo de vida y confrontarnos sobre nuestra propia cotidianidad, pues que valga la pena.
Y en la misma línea, si esos cambios pasan por remover hasta los cimientos los paradigmas de los modelos políticos, sociales y económicos con que nos criaron, pues que siga valiendo la pena. Porque valor y precio se parecen, pero no son lo mismo. Hoy cuestan mucho las cosas que valen poco, pero esa misma vanidad no nos deja darnos cuenta.
Menos apariencia y más solidaridad. Menos competir por el trending topic y más ofrecer. Menos hablar y más escuchar. Que se calle y se recoja la señora vanidad.
Pd: El sentido común es el menos común de los sentidos, dice el refrán. El sentido común indica que el Congreso de la República debería estar sesionando. Dejen la leguleyada y siéntense a trabajar frente al computador, que bastante cacarearon los avances TIC que ahora no quieren usar. Sean serios, señores Congresistas.
Alfredo Sabbagh Fajardo
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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