Ajá Don Freddy
El avión de plástico a escala que me regalaste está en mi oficina, visible para todo el que entra y de prohibido tocar. Hablando de eso, sigo asomándome a la ventana cada vez que escucho el sonido de un motor bajar del cielo, y guardo como un tesoro tu licencia de piloto y el libro con las indicaciones de los aeropuertos del país que te quedó del curso.
Un año ya. Un martes de madrugada emprendiste el eterno y bello vuelo. Luego de esos meses previos llenos de angustia, cansancio e incertidumbre acompañando tu lucha en una cama de hospital que se rehusaba a dejarte ir, sigue siendo egoísta el pedirte que resistieras más. A varios de los que nos quedamos nos duele aún la espalda y nos seguirá doliendo el alma un buen rato. Es el precio que pagamos los que nos quedamos aquí en nombre de los que ya no están. Es así.
Ese fútbol que me enseñaste a amar ya se vive distinto. Tu infaltable llamada cuando terminaban los partidos del Junior para compartir la emoción de la victoria o la frustración de la derrota, ambos sentimientos efímeros a los que le damos demasiada importancia, derivaban siempre en hablar de tus nietos, los más grandes y los más pequeños, por quienes desbordabas el bien definido “amor de abuelos”, ese que por único compromiso tiene el ser alcahueta y protector. A ese Juniorismo genéticamente marcado le sumaste el volverte un firme hincha culé, en parte porque tus hijos te convencimos en agradecimiento a la ciudad que hoy alberga a una parte de los tuyos, y en parte porque entre Ronaldinho y Messi te hacían acordarte de cuando te ibas al Romelio a ver a Dida y luego a Víctor. Como sea que haya sido, aún hoy miro el celular al final de cada partido como esperando que suene.
El avión de plástico a escala que me regalaste está en mi oficina, visible para todo el que entra y de prohibido tocar. Hablando de eso, sigo asomándome a la ventana cada vez que escucho el sonido de un motor bajar del cielo, y guardo como un tesoro tu licencia de piloto y el libro con las indicaciones de los aeropuertos del país que te quedó del curso. Ese libro es una reliquia de tiempos idos en los que volar era más de intuición que de programación. Tu cédula está al lado de la mía en la billetera.
Volviendo a tus nietos, de vez en cuando los más grandes me cuentan que soñaron contigo, o que algo le trae a la mente tu recuerdo. Seguro estoy también, porque me lo han dicho, que con los más chicos pasa lo mismo. Adri dice que su abuelo está en el avión, y si le vieras las sonrisas a Majo y a Emma se te caerían los lentes. Están todos bien. Ya el mayor se gradúa de filósofo. Lo logramos al fin.
Aquí seguimos, viejo. Dándole. En la pelea. Si un día de estos el viento lo favorece, gira el timón y hazte un sobrevuelo por estos lares. Te prometo que nos vamos a asomar a la ventana.
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