El Heraldo
Opinión

Uribe y Santos: ‘rock stars’

Mi tesis es que son las dos figuras más destacadas de la política colombiana desde los tiempos de Bolívar y Santander. Y que su rivalidad es comparable solo a la de los dos padres de la patria. La carismática y arrolladora fuerza de la naturaleza. La culta, encantadora y taimada encarnación de la élite bogotana (esa hidra inmortal). Las dos caras de Colombia, la periferia y el centro. No creo que haya nadie, absolutamente nadie, de su nivel en la política colombiana contemporánea. En muchos aspectos, tanto en capacidades como en inteligencia, ambos están muy por encima del país que les dio la vida.

Juan Manuel Santos. El triunfador por definición. Un jugador que se tomó la política como una partida de cartas en la que él siempre hubiera de tener póker de ases. Prototipo de tahúr al que merece la pena ver jugar, aunque sepas que se llevará tu dinero, tu mujer, tus pantalones y se despedirá con una sonrisa y un chasquido de dedos. Un maestro de la política. ¿O qué sino eso es un señor que es presidente ocho años, que le toma el pelo a todos aquellos que le llevaron al puesto, que gana el Nobel de la paz, que mete a Colombia en la OCDE, que sale del puesto con la admiración y el respeto de toda la comunidad internacional y que todos saben que en 20 años tendrá estatuas, museos y un billete con su cara riéndose de todos los colombianos? Es cool y lo sabe. Si Maquiavelo estuviera vivo, sería una groupie de ‘Juanpa’.

Álvaro Uribe. El hombre que cambió el destino de su país. Podrá gustar más o menos. Se le amará o se le odiará. Pero no creo que haya nadie que pueda negar que Colombia era una antes de él, otra después de él y que la de ahora es mejor que la antes. Un político que lleva 20 años decidiendo quien será el próximo presidente y cuyo único error fue creer que ese siempre sería él. Un tipo capaz de echarse un país a la espalda y sacarlo de un lugar tan tenebroso que nadie fuera de Colombia pensaba que jamás pudiera salir. Una fusión tan intensa de la luz y la oscuridad como solo puede darse en este país. Si Colombia, con todas sus cosas buenas y malas, tomara cuerpo, ese cuerpo sería el de Álvaro Uribe Vélez. Por eso los hay que lo aman tanto y los que lo odian tanto. Porque se ven a ellos en él. El espejo de su patria. El país que, costara lo que costara, se negó a caer.

Como teórico y loco apasionado de la política no puedo sino sentir una profunda fascinación por ambos. Frente a tantísima mediocridad nacional y extranjera, estos dos hombres impresionan por sus capacidades. No digo que sean buenas o malas personas. Eso es irrelevante. Digo que, si la política es un arte, los dos últimos presidentes colombianos son dos maestros. Distintos como la noche y el día. Uno capaz de separar las aguas con la mirada. El otro nacido para surfearlas. Tan impresionantemente dotados que sus compatriotas no son capaces aún de percibirlos. El tiempo lo hará. A uno lo convertirá en ejemplo. Al otro en apestado. Pero los dos serán leyenda.

 

 

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