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Opinión

Partidos y democracia

Caminan abrazando a toda abuela con la que se cruzan, dándole la mano a los paisanos, comiendo comida callejera que ni saben de qué está hecha, sorprendiéndose del precio: ¿tan barata? Sí, patrón. ¿Cómo conseguirá esta gente sacar adelante a su familia? Ellos no lo saben. Porque visten como gente del pueblo, porque reparten sonrisas entre el pueblo, porque juran su amor al pueblo, del que dicen ser uno más, pero en una hora subirán a su camioneta y volverán a su gran casa en la zona elegante de la ciudad y no prenderán el aire acondicionado porque lo mantienen prendido todo el día y no se servirán un jugo porque alguien del servicio se lo preparará bien frío y le preguntarán a un asesor dónde es que estuvimos hoy, cómo se llamaba ese barrio del sur, quiénes eran esas gentes que vimos y por qué demonios sudaban tanto.

Son los políticos. Y, si le parece que soy demagógico en mi descripción, écheles un vistazo carente de amores y de prejuicios y dígame qué es lo que ve. Yo se lo digo. Ve usted a personas educadas en los mejores colegios –privados–, en las mejores universidades –privadas–, que viven en las mejores casas –enrejadas– y manejan los mejores carros –blindados–. La gente perfecta para gestionar lo público e interesarse por los más necesitados, ¿no le parece?. ¿Deberían entonces ser los políticos tan pobres como sus votantes? No. ¿Pero tan ricos y diferentes? Tampoco. ¿Tiene sentido un modelo en el que los gobernantes forman una élite prácticamente cerrada, en el que no pocas veces los hijos suceden a los padres, en el que viven al margen de los mortales, pero les gobiernan y les dicen cómo vivir la vida?

Reflejo de las diferencias sociales del país, desde luego. Pero con consecuencias. Después se hacen las obras públicas en el orden de prioridad que se hacen, se dedica el gasto público a lo que se dedica, nos escandalizamos por una corrupción que no deja de ser la lógica actuación de quienes consideran que ciudades, departamentos y país son suyos. ¿Solución? No hay una sola. Una de ellas pueden ser los partidos políticos fuertes. Lo suficientemente fuertes para no depender de sus líderes, tanto como para que dichos líderes no sólo sean caciques económicos que aspiran a serlo también políticos, sino que sean personas que, procediendo de cualquier estrato social, sean seleccionados y promovidos a las más altas magistraturas por el partido, pues, como decía Duverger, los partidos son la única forma de que la política no sea cosa sólo de ricos.

¿Es esta una solución perfecta? En absoluto. En España, por ejemplo, ha llevado a que a menudo los políticos no tengan mérito alguno más allá de ser disciplinados funcionarios del partido. Pero sí que es una solución a uno de los grandes problemas de Colombia: el carácter elitista y excluyente de la política nacional, que lleva a que todo el poder resida en muy pocas manos que acaban creyendo que el país les pertenece.

 

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