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Opinión

Alcalde, los monstruos andan sueltos

“El sueño de la razón produce monstruos” es el grabado número 43 de los Caprichos, de Goya, y muestra lo que sucede cuando la facultad del hombre de pensar o discurrir desaparece, dejándolo a merced de sus instintos, desvaríos y pasiones. En él figuran una serie de criaturas de la noche que representan las depravaciones latentes en el ser humano, o en la sociedad, que solo pueden ser controladas mediante la brida de la razón. Uno de esos engendros es el miedo, y cuando este se instala en una comunidad, arrasa con cualquier cosa que ella intente edificar. De miedo estamos llenos los colombianos, de pánico, diría yo, aunque lo hayamos incorporado, como a la yuca o al maíz, a la vida cotidiana; sin embargo, quién sabe si por ceguera o comodidad, o por esa preferencia a vivir en la ficción, hasta ahora comenzamos a entender en Barranquilla que nuestro miedo es una bestia crecida secretamente, cuyas proporciones son comparables con su letalidad.    

Según las cifras de la Policía Metropolitana y el Distrito, se presenta una disminución en la cantidad de denuncias por robo presentadas en lo que va corrido del 2017 en comparación con el 2016, que abre el debate sobre la inconsistencia entre la percepción y las estadísticas de inseguridad. Al tiempo que vemos a la bestia deambular por la ciudad, nos preguntamos si realmente es de ese tamaño, o si la estamos agrandando conforme las redes sociales van echando leña al fuego. Claro, nuestra escasa concepción de seguridad recién permite considerar que estamos frente a una amenaza seria. Pero la realidad es que poco conocemos del placer de vivir sintiéndonos seguros. 

Comparando nuestro drama cotidiano con lo que uno experimenta cuando explora, por ejemplo, el sureste de Asia, sin duda nuestro miedo no es asunto de percepción. En Hong Kong o Singapur la amenaza es minúscula, pero, incluso en países que no son del primer mundo, como Indonesia, que con más de 240 millones de habitantes alberga la población musulmana más grande del mundo –señalados injustamente de terroristas– el respeto por los semejantes es auténtico. En Colombia, increíblemente, la vida puede valer lo que un par de mocasines, y ese miedo ya es atávico; por eso los colombianos caminamos con el rabo entre las patas, sintiendo que la patada llegará de alguna parte. 

Alcalde, usted sabe que el miedo existe. No es asunto de percepción, la bestia campea en las calles de Barranquilla, pero no es con alharacas que ella puede doblegarse. Es urgente revisar las políticas de países como Singapur, donde la observancia de la ley es efectiva, y aplicarlas sin hacer un espectáculo mediático que va en detrimento de la ciudad. Quizá sería conveniente utilizar las mismas armas que utilizan los malandros: el silencio y la sorpresa. Además, usted sabe, por tradición familiar, que si queremos consolidar el futuro de Barranquilla hay que hablar bien del camello.

berthicaramos@gmail.com  

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