Permítanme que los contraríe: en las actuales circunstancias del país, no es conveniente la búsqueda de la unidad nacional. Ni conveniente ni posible.
¿Lo vieron en las marchas?
Las diferencias fueron irreconciliables.
De un lado andaban los que condenaban el terrorismo de la guerrilla y, del otro, los que intentaban poner en la agenda de los discursos el asesinato sistemático de los líderes sociales. Mientras los unos demandaban, a gritos, una salida militar para el conflicto, los demás pedían mantener, a toda costa, el diálogo con la guerrilla.
A todos los animaba el dolor por el atentado contra los estudiantes de la Escuela de Policía General Santander. Pero era claro que cada uno tenía su propia forma de echarle sal a la herida.
Ahí aparecieron, entonces, los mismos sesgos que nos radicalizaron desde principios de siglo XIX, cuando asistimos a esa etapa intrascendente de la historia llamada “patria boba”.
Y no solo equivocamos al enemigo sino que lo fustigamos con argumentos tan vehementes que casi nos convirtieron en lo mismo que condenábamos.
Decir, por ejemplo, que quienes pedían dialogo apoyaban al terrorismo, era equivocado. Y sostener que demandar la suspensión de los diálogos era apoyar la guerra, también.
La discusión –vieron– fue aprovechada por los más extremistas, que hablaban de dar bala a los guerrilleros o preguntaban por qué no hicimos tanta alharaca con los muertos de los falsos positivos.
Perdimos de vista lo esencial.
¿Quién dijo que el problema era la paz del presidente Santos? ¿A quién se le ocurrió que el carro bomba fue colocado por la ultraderecha para obligar al gobierno a optar por estrategias guerreristas?
Ni si quiera el comunicado del Eln atribuyéndose el atentado cesó las especulaciones y las noticias falsas.
A instancias de líderes políticos oportunistas, que trataban de sacarle rédito a las circunstancias adversas del país, siguieron las discusiones en las esquinas y esa otra tribuna de confusión que son las redes sociales.
Por eso –insisto– es un error clamar por la unidad nacional.
¿Unidad a partir de qué o de quiénes?
Intentar meter todas las opiniones en un embudo, para sacar de allí una sola postura, implica reducir lo que, como hemos visto, son sesgos demasiado pronunciados.
Y como el afán de persuasión choca, como evidentemente chocó, con la postura intransigente de quienes creen que aquí todo funciona a blanco y negro, el esfuerzo es infructuoso.
No. Lo que hay que hacer es renunciar a la búsqueda infructuosa del consenso y aceptar, de una vez por todas, que somos un país dividido por nuestra circunstancia histórica y por la maledicencia de algunos.
Y en este trance hacer un intento por respetar las diferencias, lo que equivale a aceptar que la visión de los demás no es un acto de agresión sino la posibilidad de ver la realidad de otra manera.
@AlbertoMtinezM
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