Arde la Amazonía. En agosto el fuego consumió una gran franja de cobertura vegetal, y sigue adentrándose en sus entrañas.
El mundo está preocupado. El primer mundo, sobre todo. Y pide a gritos que el tercero (¿O somos el cuarto?) lo proteja.
Si desaparece el pulmón del planeta, como le llaman, ¿cómo vamos a respirar?
Sin embargo, la Amazonía no está en riesgo desde hoy. Aunque los incendios son extraños debido a un clima tan húmedo que produce sus propias lluvias, en noviembre, cuando empieza la sequía, todo cambia en esos territorios agrestes de árboles gigantescos y correntías milenarias.
Ahora las nubes no están cargadas de agua. De hecho, tampoco son nubes sino humaradas que las simulan.
El asunto es que el 2019 es el año más activo desde el 2010. Desde enero, cuando las llamas empezaron a chamuscar la selva virgen, han desaparecido 6.404 kilómetros cuadrados, esto es, 118 veces la superficie de Barranquilla. Y con ello, el hábitat de 265 especies.
Evidentemente es un desastre. Pero tampoco empezó este año.
Hace siglos se activó por cuenta de las guerras fratricidas y las carreras industriales que armaron los países desarrollados. Entre las diez naciones que más contaminan al mundo, están, justamente, Estados Unidos, China, Rusia y Japón, protagonistas de las confrontaciones y del desarrollo desaforado. Las fisuras de la piel rocosa, empezaron cuando estallaron las primeras bombas y las máquinas ponían a temblar el suelo.
No. La Amazonía no es uno de los pocos pulmones que quedan; es uno de los pocos que nos dejaron.
Y debemos protegerlo. Los países con fronteras en ese territorio, tenemos el deber de evitar que se acabe, si no queremos quedarnos también sin aire.
Lo que dicen los expertos es que allá no hay incendios naturales. Detrás de la tala de árboles viene siempre el fuego y detrás de las llamas, manos criminales.
Es preciso un mayor control, que por lo menos ponga preso a los taladores y colonizadores, y decretar medidas inmediatas de protección que declaren el carácter sagrado de los Caricari, Cedros y Almandrillos.
¿Y qué hacen las sociedades industrializadas, además de clamar, en la distancia, que mandatarios a los que creen súbditos, velen por el bienestar de la selva tropical?
La Organización de las Naciones Unidas dijo en marzo: “La humanidad no está en la senda para cumplir las metas fijadas para 2030 y 2050 sobre cambio climático, desarrollo sostenible y protección medioambiental”. El estado general del medio ambiente sigue en la franca senda del deterioro. Se requieren medidas urgentes, dijo.
Nosotros en efecto podemos ocuparnos, pero quién asume las inversiones en salud, educación o empleo que está demandando nuestra gente.
La ecuación que viene quedando es una sola: Si nadie apaga los aerosoles, entonces que paguen por la Amazonía.
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@AlbertoMtinezM