El Heraldo
Opinión

Realismo optimista

Tengo un amigo que si tú le planteas una solución él encuentra mil nuevos problemas. 

Es alguien que hasta para recibir un billete de cien mil pesos pone problemas, porque es difícil de cambiar. Lo peor es que cree que su constante pesimismo es una característica de la lucidez; por eso mira con cierto desdén a los que somos optimistas. Sus sesudos análisis siempre lo llevan a descubrir la tragedia que se esconde detrás cada situación o persona que se acerca. 

Aunque él desprecie mi actitud, prefiero ser optimista, y todos los días me levanto a descubrir las bendiciones de la vida, las fuerzas constructivas y sinérgicas que los otros me dan, las fuentes de alegría que se me ofrecen. El optimismo es una actitud ante la vida. Me gusta la definición de Joaquín García-Aldandete: “El optimismo es, entonces, parte de la competencia personal para adaptarse a las circunstancias mediante un ajustado proceso de identificación, evaluación y gestión de emociones y representaciones cognitivas, relacionada con la esperanza, la felicidad y el sentido de la vida”. Un optimista acepta la realidad tal cual, sin exagerar las adversidades y las dificultades que en ellas experimenta. 

No se trata de creer que se tienen poderes sobrenaturales que nos ayudan a resolver todo, ni negar algunas imposibilidades que se presentan en la existencia, ni dejar que discursos pseudoespirituales nos hagan abdicar de las responsabilidades que todos tenemos, evitando enfrentar las situaciones y se las dejemos a entes metafísicos que resuelvan lo que nos corresponde a nosotros. El optimista conoce sus limitaciones y sus fragilidades, pero es capaz de encontrar las actitudes y comportamientos que le permiten darle sentido a su proyecto existencial.  El pesimista, por el contrario, se refugia en el fracaso, en la impotencia, en la indefensión y en la depresión. “El pesimismo sería, en última instancia, la antesala de los trastornos neuróticos, como la depresión y otras enfermedades psicosomáticas…El pesimismo también nos sumerge en emociones negativas y nocivas para la salud; la rabia, el odio, el enojo, el desprecio, la incomodidad, la ingratitud, la intolerancia, la antipatía, el resentimiento y numerosos traumas emocionales hacen su aparición poniendo en peligro nuestro equilibrio mental y físico”, así lo afirma J.A. Flórez-Lozano, catedrático de Ciencias de la Conducta de la Universidad de Oviedo. Insisto en que se trata de una opción de vida, una elección libre nacida en las experiencias y lecturas que hacemos. 

Quiero ver siempre lo bueno y constructivo de las personas con las que me relaciono y encontrar las experiencias que me catapultan a una mejor situación de las realidades diarias. Por eso busco reír, bailar, cantar, leer libros que me inspiren a dejar que las preguntas existenciales hagan su tarea mayéutica, disfrutar a mis amigos, celebrar los pequeños triunfos que me acercan a la gran victoria. Me ilusiono con proyectos, me enamoro de nuevas posibilidades, me resisto a darme por vencido, me alimento de agradables y estables emociones y estoy dispuesto a compartir con otros de mejor manera la vida. Respeto a los que han decidido ser pesimistas, pero evito que me inoculen sus visiones apocalípticas. Renuncio a ser juez de ellos y su manera de vivir y, más allá de buscar destruirlos por sus errores, trato de proponer posibilidades de reconstrucción. Creo que el cielo está lleno de optimistas y hay que ensayar desde aquí.

 

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