La Religión no es un Chupo
Tener una experiencia con Dios nos impulsa a comprometernos con construir relaciones de justicia, equidad, compasión con los que a diario nos encontramos. No tendría ningún sentido trabar relaciones con quien no vemos, despreciando a los que vemos.
Me asusta que la religión termine como los “chupos” que antes usaban los niños, que los entretenía, pero no los nutría. Sí, la daga de la angustia me estremece cuando veo que esta experiencia tan necesaria y fundamental para los humanos se queda perdida entre las imágenes, los gritos extáticos, los juicios morales, los ritos anacrónicos que tranquilizan la conciencia, pero no generan cambios profundos en la manera de pensar, sentir y actuar.
Frederick Streng define la religión como un medio para la transformación última, la cual implica un cambio radical que nos lleva de vivir atrapados en los problemas de la existencia común a vivir de forma que podamos afrontar esos problemas al nivel más profundo posible. De alguna manera la experiencia religiosa implica vivir en una actitud constante de ser un mejor ser humano, lo cual siempre se define en tener mejores relaciones interpersonales. ¿Para qué ser un buen religioso si se es una mala persona?
Tener una experiencia con Dios nos impulsa a comprometernos con construir relaciones de justicia, equidad, compasión con los que a diario nos encontramos. No tendría ningún sentido trabar relaciones con quien no vemos, despreciando a los que vemos. Por eso, no se trata de pronunciar rezos, como palabras mágicas, que llenen los miedos que nos genera el comprobar nuestros límites sino sentirnos invitados a hacer del amor nuestra única respuesta a todos los temores; amor que también se manifiesta en esas oraciones que compartimos con él.
Eso es lo que he encontrado en el Yavismo y que creo alcanza su máxima realización en el cristianismo: entender que la compasión, la misericordia, es la única manera de responder, adecuadamente, al diálogo que nos propone quien es el ser y llamamos Dios. Por eso, Él más que sacrificios quiere misericordia (Mateo 9,13), por eso más que ritos quiere amor y quiere que fluya como agua el derecho y la justicia como arroyo perenne (Amos 5,21-24).
Comentando el ministerio de Amós, Karen Armstrong dice que la verdadera religión no existía para satisfacer el apetito estético de la clase gobernante, sino que era una llamada a la compasión práctica y que los profetas no eran adivinos del futuro sino que desde su experiencia de Dios eran capaces de leer el presente y, obvio, hacían pronósticos.
Por todo esto, creo que hoy sigue siendo pertinente una experiencia religiosa. Una que nos haga ser empáticos y nos ayude a luchar por vivir en la equidad y en la justicia. Necesitamos unas prácticas espirituales que sanen las heridas que nos impiden descubrir en el otro –aunque diferente y a veces hasta contrario a lo que somos- a Dios. Hay que propiciar experiencias de generosidad, de solidaridad, de servicio que nos ayuden a construir respuestas a todos los desafíos que esta pandemia nos ha creado. No tiene sentido que la religión sea un motivo más de guerra, de sometimiento, de injusticias y de dolor. Sigo “emocionao” con Jesús y su capacidad de romper con esas creencias de lugares, personas y tiempos sagrados dejando al hombre en la libertad de vivir una relación íntima e intensa con el Padre que se expresa en momentos de oración, de celebración sacramental, de abajarse y servirle a los otros, sobre todo a los más necesitados y vulnerables. Creo que esa experiencia religiosa es la que hoy nos puede mover a ser más felices.
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