En la esquina nos vemos
En mi adolescencia la esquina siempre encarnó el encuentro. Un hibrido entre lo publico y lo privado. Lo publico porque estábamos en los bordes del lugar de nadie y de todos, en espacio para el tránsito y no para detenernos a conversar; y lo privado porque allí cada uno tenía su nombre, su historia, su rol y algunas veces hasta los muebles se desplazaban de la sala de la casa hasta allí. Nadie era extraño al llegar al foro de la esquina. Las temáticas eran diversas. Se hablaba de todo, y con la agudeza del buen humor.
En la esquina recibí muchas clases de vida. Aprendí a entender que las dinámicas humanas tenían códigos que no podíamos subvertir sin que eso trajera consecuencias serias para nuestra pertenencia al grupo social. Entendí que la diferencia es oportunidad y riqueza para quienes se juntan, ya que siempre había un lugar para todos. Escuché lecciones que me hicieron comprender que la alegría no es chabacanería, que burlarnos de todo no nos podía hacer irresponsables, que vacilarse la vida era una manera de tomarse en serio solo lo que realmente lo es, nos sabíamos familia y, por eso, nos cuidábamos unos a otros. Entiendo como las dinámicas sociales nos llevaron a otros escenarios y a otras experiencias, pero estoy seguro que los valores que las sustentaban no se han perdido y tienen que ser evidenciados a través de ejercicios pedagógicos que los hagan realidades vivas de las relaciones diarias.
Considero que, en medio de lo que Michel Mafesoli llama las socialidades tribales -para referirse a como hoy los seres humanos no se juntan en torno al territorio, sino a las pasiones, emociones y como esas adhesiones son provisionales- dadas hoy en el Caribe, necesitamos volver a mostrar los valores que nos definen como personas y región. Sé que la mayor tentación –también esa actitud catastrofista nos define- es creer que no hemos hecho nada, que todo se ha hecho mal y que somos lo peor. Lo cual no es cierto y hay evidencias concretas y objetivas que así lo demuestran.
No podemos ceder a ese invitación apocalíptica de cielo nuevo y tierra nueva, sino a entender que debemos continuar procesos que nos lleven a mostrar que no somos indisciplinados socialmente, ni flojos, ni haraganes sino que nos hemos descentrado con cantos de sirena que nos alivianan el peso de ser quienes somos pero nos pierden en la superficialidad. Nada más agudo que el sentido crítico de nosotros los caribe, que sin ninguna reverencia genuflexa, somos capaces de encontrar el error y señalarlo –hasta con algo de burla-. Es el momento de construir, no desde el unanimismo, sino con el dialogo a partir de la diversidad, con las acciones planeadas y lideradas por nuestros gobernantes y con la certeza que no podemos echar para atrás, sino que debemos seguir construyéndonos como ciudad, como región.
Necesitamos que los valores aprendidos y vividos en la esquina se hagan fuertes dinámicas de transformación, que se concreten en investigaciones generadoras de conocimiento y acciones que reconstruyan el tejido social, empoderando a cada ciudadano como dueño de lo publico. No me mires como si eso fuera del reino del nunca jamás, porque estoy convencido que con nuestra alegría, creatividad, capacidad de trabajo y valores fraternos podemos hacerlo realidad, pero si comenzamos ya.
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