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Adolescencia, estatus y redes sociales

La puja por el estatus al interior de la tribu o la comunidad es uno de los instintos básicos de los primates y, por tanto, de los seres humanos. Comprar un carro deportivo, pertenecer a un club prestigioso, perseguir premios y reconocimientos, y hasta adelantar estudios de posgrado, son manifestaciones modernas de esa pulsión ancestral. Comportamientos tanto nobles como vulgares se explican por esa necesidad.

Quienes la padecen de manera más aguda son los adolescentes, que aún están descubriendo, con torpeza, las reglas de juego del posicionamiento social. Se evidencia en la angustia por ‘encajar en el grupo’, en la importancia de ser ‘popular’ y en el temido bullying, que a tantos padres inquieta.

La madurez suele lijar las asperezas residuales de la época escolar y la mayoría de los adolescentes, populares o solitarios, matoneadores o víctimas de ellos, se convierten en adultos funcionales. Pero hoy las redes sociales están alterando el terreno de juego, con consecuencias aún imprevisibles.

La puja por el estatus implica compararse con el vecino y competir por destacarse, con el fin de ser atractivo para los demás. Es un fenómeno natural, para el que la evolución nos preparó. Pero los humanos evolucionamos para jugar ese juego entre grupos de dimensiones tribales, integrados por unas cien o, a lo sumo, unos cientos de personas culturalmente homogéneas. Las redes sociales nos empujan a jugarlo entre miles de millones de personas disímiles, de todas partes del mundo. Quienes se destacan en ese entorno de brutal competencia –las celebridades, los artistas, los atletas profesionales–, suelen ser quienes se encuentran en el extremo de la distribución poblacional en cuanto a belleza, habilidad física, talento, fama, etc. A veces en cuanto a idiotez.

La evolución no preparó a la psique adolescente para tamaña extensión del campo competitivo. No es lo mismo compararse con primos, amigos y unas cuantas decenas de pares de carne y hueso que con un olimpo de seres virtuales que se exhiben cuasiperfectos, impecablemente ataviados, maquillados y retocados en Photoshop. No es comparable la cotidianidad de un adolescente común y corriente a la cadena de emociones manufacturadas de Kim Kardashian o Gianluca Vacchi. Un adulto tiene (quizás) el discernimiento necesario para ‘leer’ adecuadamente las redes, pero no un adolescente cuyos referentes sociales apenas están en construcción. Su inconsciente será constantemente engañado por imágenes descontextualizadas que suplantan el mundo real por fantasías ridículas.

“Sabrá Dios lo que le está haciendo al cerebro de nuestros hijos”, dijo hace poco sobre Facebook Sean Parker, uno de sus fundadores. Sabemos algunas cosas. Que, en Estados Unidos, las tasas de depresión, ansiedad, insomnio y suicidio juveniles se han disparado. Que ejecutivos de Apple, Google y Yahoo pagan por enviar a sus hijos a costosos colegios privados ‘sin pantallas ni teclados’. Y que Bill Gates y Steve Jobs le prohibían a sus hijos pequeños las tabletas y los celulares.

Presiento que en unos años consideraremos el uso de redes sociales un riesgo para la mente adolescente, tan nocivo como el cigarrillo para las vías respiratorias. Entretanto, sería prudente evitar que los niños comiencen a fumar desde tan temprano.

@tways/  ca@thierryw.net

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