Las comillas en que encerramos la palabra acuerdo revelarán que estamos justamente prevenidos sobre el que como tal nos anuncian venido de La Habana. Acuerdo implica coincidencia de voluntades y unidad de propósitos.
Los acuerdos forzados son antiéticos. Los acuerdos donde cada uno de los acordados sabe que engaña al otro son una soberana impostura. Los acuerdos suscritos con el ánimo de engañar o con el propósito visible de violarlos, una patraña. Y eso, precisamente, es lo que vendrá en el barco fletado desde la tierra de los Castro.
Santos no quiere estar de acuerdo con las Farc, sino decirlo para ganar puntos en las encuestas. Y las Farc saben que no están de acuerdo con Santos, porque no pueden estarlo. Pero a ambos les conviene la farsa. A Santos por el halago de la popularidad que busca, y a las Farc porque es mejor un paraíso gratuito de 5 estrellas, el único que hay en Cuba, que una selva llena de zancudos, de culebras, de tifo y de amebiasis, y sin micrófonos, televisión ni compañeras.
Los discursos sobre una nueva democracia, participativa, abierta, cordial, incluyente – qué de adjetivos!- ya los echaron todos los constituyentes del 91 y los que han querido mejorar la plana a los constituyentes del 91. Se trata de presentar lo que llamamos los campesinos un ‘calentao’ como comida fresca. Será hasta gracioso leer esas diez cuartillas que tienen preparadas, y las que escriban el fin de semana Álvaro Leyva y Sergio Jaramillo, para ensayar un nuevo engaño y decir lo mismo sin que se note que es lo mismo.
Pero vamos a los puntos esenciales, que queremos resumir en estos tres:
Uno. ¿Los acuerdos de participación política de las Farc comprenden o no la impunidad para sus jefes, cabecillas y autores, coautores, inspiradores o ejecutores de las atrocidades que han cometido en violación al Derecho Internacional Humanitario? Si callan el punto, el acuerdo no vale un cuarto. Si se deciden por decretar la impunidad, es inaplicable. Si hay cárcel para los del secretariado y sus amigos, no habrá acción política. Desde la cárcel no se contesta a lista en el Congreso.
Dos. ¿La acción política de las Farc quedará prevista con armas o sin ellas? La política armada es un contrasentido. La política armada es la guerra, que no cabe, por supuesto, en un tratado de paz. Aquí afilarán el lápiz para procrear la figura de la dejación de armas, embuste que este país de gente que no es tonta descubrirá y condenará. Las armas se entregan o se conservan. No hay tercera opción.
Tres. ¿La participación de las Farc incluye, sí o no, un número de curules en Senado, Cámara, asambleas y concejos que se reserve gratuitamente, sin votos, para los guerrilleros? Si es en eso en lo que andan de acuerdo, valdría que se bajaran de la nube. La democracia descansa en la igualdad de todos para mover opinión que se exprese en las urnas. El regalo de curules es desigual, discriminatorio, irritante y profundamente antidemocrático.
Muchas otras cuestiones nos preocupan y valdrán para interesantes debates cuando se publiquen las diez cuartillas con que nos amenazan. Pero no olvide, lector querido, estos tres grandes temas, para que descubra cómo los tratan o cómo los evaden. De lo demás, que es lo de menos, ya podremos hablar.
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