Hace un tiempo el escritor Frank Patiño me comentó una anécdota que ocurrió en un bar de salsa de Bogotá frecuentado por afrodescendientes del Pacífico colombiano. Una joven, con claro acento del altiplano, emocionada, pidió que le pusieran la canción El negro bembón, de Bobby Capó.
El Dj no dijo nada, simplemente dio la espalda, y al poco tiempo empezó a sonar una canción interpretada también por Ismael Rivera, pero de la autoría de Tite Curet Alonso: Las caras lindas. Desde su lado de la barra, el hombre miró hacia la mesa de la chica que había hecho la petición y dibujó una mueca de orgullo en su rostro. De fondo, el gran Maelo cantaba: “Las caras lindas de mi gente negra/son un desfile de melaza en flor/ que cuando pasa frente a mí se alegra/ de su negrura todo el corazón.
Tite Curet Alonso siempre tuvo una canción para la dignidad de los pueblos sufridos y oprimidos o para consentir los amores y desamores de las esquinas de barriada, bajo la luz amarilla de los faroles carcomidos por el salitre. En sus más de dos mil composiciones musicales, con una belleza y calidad sin comparación, Tite mostró el dolor de la plantación, la resistencia de los indígenas primitivos del Caribe, la vida azarosa de los barrios bravos, la marejada feliz que arrastra a los enamorados y el barrunto en el corazón ante la inminente pérdida del amor.
Muy temprano, desde que se mudó muy niño al barrio obrero de Santurce en San Juan (Puerto Rico) hizo suyo el arrabal y jamás dejó de componerle. En uno de los arrabales nuestros, en la Plaza de la Trinidad del barrio de Getsemaní, –condenado a desaparecer por la voracidad de la especulación inmobiliaria de Cartagena de Indias– una noche de copas, hace ya muchos años, fue nostálgicamente feliz. Con los ojos encharcados en lágrimas, se resistía a partir de allí porque ese barrio le recordaba al viejo San Juan de su infancia.
En las voces de Ismael Rivera, Cecilia Cruz, Cheo Feliciano, Rubén Blades, Héctor Lavoe y muchos otros, las canciones de Tite Curet se convirtieron en himnos alternativos de los pueblos, con mayor gracia, brío, inclusión y calidez que los himnos oficiales.
En el año 2005, apenas dos años después de la muerte por un paro cardíaco un 5 de agosto de 2003 en la ciudad de Baltimore, con profunda tristeza su hija comentó: “Papi murió pobre y nuestra pobreza se acrecienta porque no hay regalías. Nadie nos ha pagado. He sacrificado mis finanzas”.
Mañana, Tite Curet Alonso cumplirá diez años de muerto, sus canciones, por supuesto, seguirán sonando. Pero definitivamente la humanidad debe andar muy mal si permitió que un hombre como él muriera en la pobreza.
Por Javier Ortiz Cassiani
javierortizcass@yahoo.com
@JavierOrtizCass