No existe mujer que valga tanto como para que un hombre se quite la vida por ella. No existe hombre que valga tanto como para que una mujer se quite la vida por él. Cuando un hombre o una mujer se suicidan “por amor” lo único que están demostrando es que no tenían la más mínima idea de lo que es el amor, lo suyo era enfermedad, una emoción insana en la cual el suicida sólo podía concebir su existencia a partir de su imagen especular en la otra persona, un reflejo falso en el que nunca se podía encontrar porque no tenía una imagen de sí mismo. Es una sensación horrible de excentricidad, entendida como estar fuera de su centro, un no lugar generador de ansiedad y sufrimiento en el que pasan por la mente las ideas más sórdidas que un ser humano pueda concebir, las nihilistas, aquellas que niegan la propia existencia.
No me estoy refiriendo a personas deprimidas, estoy hablando de algo igual o peor, de las emociones perturbadas que hay en una concepción del amor tan distorsionada que puede llevar al suicidio más rápido que en los depresivos. Porque en los suicidios por supuesto amor se actúa de manera impulsiva, no hay la reflexión de los depresivos que rumian su desgracia hasta tales niveles que en ocasiones se regodean en ella, les resulta placentera, algo así como estoy tan mal que me merezco esto. La persona malamente enamorada, en cambio, camina por el precipicio todo el tiempo contemplando el salto al vacío como única alternativa ante la búsqueda alucinante de algo que llama amor aunque no sabe lo que es y por eso trata de crearlo en el otro para encontrarse allí y recuperar su centro. Acto fallido. Eso nunca va a suceder.
La celotipia es uno de los constructos más creativos del amor enfermizo, es tal su poder que el celotípico hace coincidir todos los elementos del escenario a su alrededor de tal manera que le sirven de soporte para su teoría sobre el amor traicionado. Lo que se cela no es la vagina o el pene, ni la pinta ni la posición económica o social, es algo más complejo, no faltaba más, un acto tan radical como un suicidio pasional obedece a algo más profundo y complejo como es la sensación de pérdida de la única posibilidad de existir en el amor: vicariamente a través del otro.
Si los adultos tenemos tantas definiciones y confusiones sobre el amor y atentamos contra nuestra vida por esas razones, imaginemos esa turbulencia de emociones en la cabeza de un niño o adolescente para comprender que son las bombas de tiempo que nos estallan a diario en la cara y que nos obligan a replantear lo que pensamos y enseñamos sobre el amor. Algo no está bien en ese proceso ni en la familia, ni en la escuela, ni en la sociedad, y el asunto tiende a empeorar porque cada vez es mayor la confusión en todas las instancias de la sociedad que deben guiarnos, y por eso asistimos hoy día a un desfile doloroso por las noticias judiciales sobre jóvenes cada vez de menor edad que atentan contra su vida por estar metidos de manera precipitada en los intríngulis de un supuesto amor del cual no tienen la menor idea. Quiero decir algo al respecto.
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Por Haroldo Martínez
haroldomartinez@hotmail.com