Produce un poco de vergüenza el lenguaje y el tono que utilizan en sus discusiones públicas altos funcionarios, que lo son y que lo fueron, del Estado sobre el proceso de paz. Expresiones llenas de mal humor, carentes de altura intelectual y moral, que en vez de contribuir a la paz que dicen defender, encienden violencia. Lo cual resulta contraproducente para el proceso que se lleva en La Habana y que debería tener eco en todas las esferas del Gobierno y de los ciudadanos. Hay que apaciguar los ánimos, fácilmente exaltados e irascibles, en un país como el nuestro, sometido a continuos sobresaltos.

Y aprender a conllevar, término que el diccionario define como “ayudar a llevar a otro los trabajos, sufrirle el genio”. Y que tiene como sinónimos: aguantar, tolerar, soportar, sobrellevar. ¡Y tanta falta que nos hace! Demasiado afán de emulación violenta, irascibilidad a flor de piel, reclamos a voz en grito; discusiones acaloradas en temas banales, que se defienden o atacan como si se tratara de cuestiones de vida o muerte, ofensas personales. No se exponen ideas para controvertir al contendor, sino que se buscan flaquezas para ofender al que piensa de manera diferente.

Mal ejemplo para la juventud y pobre ayuda para un país que anhela la paz por tantos años. Una paz que no es solo el silencio de los fusiles y de las bombas del terror, sino que debe ser el clima en el que se desenvuelva la vida ciudadana, desde la infancia en el hogar hasta los más altos niveles de la comunidad y del Estado. Es preciso convertir la tolerancia en palabra sagrada, la mansedumbre en fortaleza humana, la comprensión en actitud habitual, y la capacidad para perdonar en virtud posible. Es mucho lo que ganamos sembrando semillas de serenidad, de paz, de comprensión y convivencia en el corazón de todos.

Por Javier Abad Gómez
javier.abad.gomez@gmail.com