El Heraldo
El director de cine guatemalteco Luis Argueta. Cortesía
Cine

El hombre que cambió el sueño americano por las pesadillas de los migrantes

El director de cine guatemalteco Luis Argueta ha documentado como nadie en su país la tragedia de sus compatriotas que llegan como ilegales a EEUU.

En el mejor momento de su carrera como productor de comerciales dos aviones chocaron contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Luis Alberto Argueta Amézquita vivía en Nueva York. La nube gris que invadió el corazón de la capital del mundo lo recorrió más allá de sus fosas nasales, de su ropa o de las paredes de las calles por las que caminaba como un migrante más en una ciudad levantada piedra a piedra por migrantes. El ataque de Al Qaeda lo hizo replantear la vida exitosa que festejaba.

Tenía su propia productora, Morningside Movies, Inc.“Los presupuestos eran altos” y hacía comerciales para las grandes marcas, las realmente grandes, las que se dan el lujo de pautar en el Super Bowl. En uno de los que produjo y dirigió aparecía Óscar de la Hoya, el campeón mundial de boxeo en ocho categorías distintas, el ‘Golden Boy’ de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, que llamaba al consumo responsable de una marca de cerveza icónica en el planeta. Por esos 30 segundos en el evento deportivo más esperado por los estadounidenses este productor guatemalteco facturó una respetable suma que no especifica.

“Pero ocurrió el infame atentado a las Torres Gemelas. Ese momento nos conmovió a todos y me hizo ponerme a recapacitar un poco. Aunque parezca un poco banal, yo dije: Creo que ya vendí mi alma, tal vez quede un pedacito que pueda salvar”.

A mitad de la década de los 70, Luis Argueta entró becado por cuatro años a estudiar Ingeniería Industrial a la Universidad de Michigan. En ese proceso decide hacer un curso de cine por fuera de la institución y se compra una cámara Super 8. Con esa primera punzada del séptimo arte viaja con su compañero de apartamento al norte del estado, donde una amiga que trabaja en una escuela con migrantes itinerantes, esos que van de cosecha en cosecha por los Estados Unidos.

Su idea era hacer un documental sobre eso. La pieza fílmica nunca se concretó, básicamente porque antes de llegar a los campos de migrantes se gastaron los únicos casettes de Super 8 que tenían, en la grabación de la boda de unos amigos. 

Con esas imágenes editó “una peliculita que no tenía ni título”. “Al final pregunté cómo se iba a llamar. En ese momento estábamos fuera del apartamento y vi en un árbol una ardilla, entonces les tomamos una foto y dijimos: que se llame La ardilla. Era muy dentro del teatro del absurdo que a mí me atrajo mucho en esa época”.

En 1977 el New York Times publicó un extenso reportaje sobre el auge del cultivo de algodón en Centroamérica, sobre todo en Guatemala y Nicaragua, que el incipiente cineasta leyó con rabia y mucho interés.

El trabajo, en parte, hablaba del excesivo uso de pesticidas, principalmente del DDT (dicloro difenil tricloroetano) que, en esa época, según los registros, ya era prohibido en Norteamérica y Europa.

Sin descuidar sus estudios decide irse para Guatemala y documentar lo que narraba el diario neoyorquino. Esta vez llevó suficiente película y logró demostrar en las imágenes el daño ecológico que el pesticida causaba en el medioambiente de Guatemala y la población indígena que en su mayoría se encargaba de recoger el algodón. Incluso se afectó el ganado que después era exportado a EEUU como carne procesada que los estadounidenses consumían en comida chatarra. La justicia divina que llaman algunos.

El documental se llamó El costo del algodón. En Guatemala se prohibió su exhibición y Argueta fue declarado como subversivo, un enemigo del Gobierno de turno por promover los derechos de los trabajadores, incluso recibió amenazas de muerte. 

Se sabe que el Museo de Arte Moderno de Nueva York compró una copia, también se vio en Europa, en la televisión pública de algunas partes de Estados Unidos y en Francia. Una universidad en su país compró una copia y la escondió con otro nombre.

Pasado esto y con la imposibilidad de regresar a su país, Argueta terminó en tres años su carrera en la Universidad de Michigan. En el año que le restaba cursó una maestría en Lenguas Romances. Su camino a la imagen seguiría, pero lejos de los migrantes que cultivaron en él el afán por contar historias.

En Guatemala Luis Argueta es una piedra angular en la historia del cine nacional. Su película El silencio de Neto (1994) estuvo en la competencia por los Oscar. Antes de ese filme el país centroamericano no aparecía en el mapa de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas.

Los documentales en los que narra las luchas de los migrantes guatemaltecos por salir adelante en los Estados Unidos también le ha significado reconocimiento fuera y dentro de su patria. Abusados (2011), Abrazos (2014) y La vuelta en U (2017) es la trilogía de películas-documentales que rodó en un lapso de 12 años.

“Luis no es el típico guatemalteco que uno se imaginaría con rasgos indígenas o piel trigueña, no. Su papá sí tiene esos rasgos latinos pero la mamá no, él salió a la mamá. Es de piel blanca, ojos claros, pelo ensortijado un poco ondulado. Eso sí, es bajito, mide como 1,60 metros aproximadamente. Es gordito de cara ovalada, curiosamente tiene manos grandes”.

Así lo describe Julián Jiménez en una conversación por Whatsapp desde Providence, Rhode Island, en Estados Unidos.

Julián trabajó con él en Nueva York desde enero de 2013 hasta agosto de 2014 como editor jefe en el documental Abrazos. Lo recuerda como “una persona supremamente activa” que hacía ejercicio una vez al día y era muy cordial al hablar.

Laboralmente, dice, es muy dedicado al trabajo, y quizás “esa sea su mayor virtud, pero también su mayor defecto”. De hecho, Julián recuerda que en el tiempo en que trabajaron juntos Argueta “tenía la oficina en la casa”.

“En esa época de su vida me daba la sensación que él tenía que pensar en su familia, en su pareja, pero quería seguir haciendo su trabajo, sobre todo en esta etapa en la que se volvió un defensor de los inmigrantes guatemaltecos en los Estados Unidos. Esto se volvió un trabajo filantrópico para él. Me acuerdo que recibía llamadas de gente que le pedía ayuda, que los conectara con un abogado de migración, eran casos terribles de gente torturada, violada, secuestros, abusos de todo tipo. Yo me quedaba frío al ver tanta maldad contra los inmigrantes”.

Beatriz Gallardo fue su productora en Guatemala por casi 10 años. Cuenta que, a finales de 2008, empezó a trabajar con Luis en el documental Abusados. Luego vino Abrazos y se desarrolló ese proyecto por más o menos tres años, en paralelo con ‘La vuelta en U’. “Hace un par de años estábamos trabajando otro que era El sendero de las hormigas, la historia se estaba produciendo”. 

De hecho, esta historia ahora se llama Ausencia. Como director, describe la productora que hoy labora como asistente del parlamentario del movimiento Semilla, César Bernardo Arévalo, que “Luis es bastante estricto” en seguir el plan de trabajo que diseña y la historia que quiere contar. En resumidas palabras “es un director de ideas fijas, puntuales, sabe lo que busca y lo encuentra sin manipular”.

“A nivel personal es una persona bastante creativa, de humor negro, le gusta estar a la vanguardia de lo que está pasando en el mundo tecnológicamente hablando, es muy comprensivo, es un hombre muy bueno, la vida le enseñó a ponerse en los zapatos de los migrantes, esa fue como una evolución personal que tuvo durante su tiempo de trabajo en Nueva York, y llegó a un punto de reflexión, eso lo hizo cambiar mucho, ver el sentido de la vida de distinta manera, y se entregó al proyecto de los migrantes porque se reconoció en él como un migrante, antes no era consciente de eso”.

Antes de viajar a Guatemala y que lo declararan casi que, como objetivo militar del Gobierno de turno, Luis Argueta rodó una película como proyecto de tesis que se llamó El triciclo, que estaba basada en varias obras del autor español exiliado en Francia Fernando Arrabal. En Nueva York el escritor y cineasta pudo ver el filme y le gustó tanto que invitó al ya ingeniero a rodar en Italia y Francia.

“Después de esa experiencia ya yo digo esto es lo que yo quiero hacer. El cine por primera vez me hizo pensar que podía expresarme y que tal vez tenía algo que decir, entonces me mudé a Nueva York y ahí es cuando en un momento de crisis personal decido ir a Guatemala hacer El costo del algodón”, cuenta al otro lado de la línea de whatsapp. Su voz es como la de un locutor de antaño, pero familiar, cálida y con acento mexicano de alcurnia.

En su relato recuerda que regresó sin un peso y comenzó a trabajar como mensajero cargando cámaras y equipo para estudios de cine en Manhattan.

Ese mundo le “fascinó” y ahí se quedó. Tenía unos 30 años. De asistente de producción pasó a gerente de estudio y productor de línea. Trabajó como empleado y luego fundó su propia productora en la que hacía comerciales con grandes marcas para el mercado hispano. El sueño americano se le hizo realidad.

En ese camino a la cúspide capitalista un acto terrorista y otra vez la primera página del New York Times lo lleva a los migrantes, a su propia historia, al algodón.  

La crónica del diario neoyorquino se trataba de una redada de migración en un pueblito de Iowa llamado Postville.

“Así como había pasado con El costo del algodón, la historia me indignó y me atrajo mucho. No pensé en hacer un documental, simplemente quería ir a Iowa, entrevistar a algunas personas y hacer más retratos de migrantes como los que ya había hecho, pero el plan de cuatro días se convirtió en dos semanas, un viaje se convirtió en 29 más, 17 a Guatemala, y eso me cambió la vida. Esas historias que la gente me contaba, la confianza que me depositaban, todo este proceso me cambió. Ahí nace Abusados”.

Como en los 70, Luis Argueta tomó la cámara y volvió a la ardilla de su primera vez con la imagen.

La crisis del coronavirus impidió que Luis conociera a su primer nieto de tres meses. Su hija de su primer matrimonio, una exitosa abogada que vive en Maine, Estados Unidos, se quedó con las ganas de verlo abrazar a su primogénito.

Lleva radicado en Ciudad de Guatemala tres años y medio. Allá vive con su esposa (es su tercer matrimonio) y una hija de 8 años, “una niña encantadora que a veces” le “saca canas verdes” y lo mantiene joven.

“Yo me siento también un migrante retornado. Pasé más de 35 años en Nueva York”.

Abusados, Abrazos, La vuelta en U, Ausencia (el documental que ya empezó a rodar y del que existe un tráiler de cinco minutos) y el trabajo por los migrantes son su razón de ser en el cine y en la vida. Su trabajo con ellos supera la pantalla y muta hacia al activismo, hacia la búsqueda de justicia. Los rostros de sus protagonistas son el suyo mismo y el de la Latinoamérica migrante que no se conforma con el sueño americano.

Como lo dice el ingeniero cineasta: “Encontrarme cara a cara con estos migrantes ha sido reconocerme en ellos y reconocer la parte humana que creí que había perdido”.

En Colombia

El silencio de Neto lo llevé al Festival de cine de Cartagena (entre el 95 y el 97). Me pareció el festival más lindo y el más loco al mismo tiempo. La pasé muy bien. También estuve en la Cinemateca del Caribe. Quedé fascinado con el cine móvil. Eso fue en el 2000, más o menos. Me encantaría volver a Barranquilla a presentar mis documentales.

Festivales

Luis Argueta ha estado con sus películas en festivales como el de Biarritz, San Sebastián, Sundance, Huelva y Munich. El Silencio de Neto fue traducido al francés. En Guatemala estuvo exhibida 22 semanas y hasta hoy día la gente todavía habla de ella. También fue la primera película que representó a Guatemala en la competencia de los Oscar.

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