Contrario a la esperanza, las buenas costumbres tienden a perderse en un mundo dominado por los tiempos modernos y principalmente por la televisión, internet y la creación electrónica, que atentan contra vestigios de los que fueron sanos entretenimientos de dinámica grupal y social, juegos populares, modelos de convivencia comunal, pero que poco a poco han ido desapareciendo.
Quedan retazos de los mismos en algunos barrios, pero no son, como ayer, motivo de encuentros, sanas competencias y concursos que ya no tienen sentido para muchos en estos tiempos. La educación familiar ha cambiado, muchos valores morales se han esfumado y las tecnologías han creado los juguetes en serie; y los juegos personales, electrónicos, aislantes y egocéntricos, han ido matando juegos colectivos de antaño.
Juegos como el trompo de madera con sus modalidades, la peregrina, la lleva, libertad, estatua, palito en boca, bolita uñita, vuelta a Colombia en la arena, la carrumba, la penca, la marisola, la candelita, beisbol de chequita y otras actividades lúdicas de integración y de libre y espontáneo esparcimiento. La cometa, aunque se mantiene, no posee ya los modelos voladores de aquellos tiempos, ni el mismo entusiasmo de manufactura familiar con papel de colores, pendones y esqueletos de caña brava, hilo calabrés y almidón de yuca, y echadas a volar a la expectativa con la llamada pita curricán.
El tiempo mata las tradiciones buenas, y la globalización impone nuevas costumbres. Lo que no es funcional se transforma en recuerdo, sin embargo la memoria no deja de rescatar antiguas formas de vida que no tienen hoy gran importancia.
La vertiginosa carrera de las comunicaciones, y con ella un nuevo estilo de vida, deja atrás las costumbres que eran sustento de la vida cotidiana en lo cultural, pero igualmente en lo religioso, en lo folclórico, en lo musical, en lo gastronómico, en las diversiones y hasta en lo novelesco.
Desaparecieron los bailes familiares vacacionales, así como los paseos vespertinos de a pie, que se aprovechaban en familia para saludar, a su paso, a otras familias que se reunían sentadas y acicaladas en las puertas de la calle y que respondían dichosas con alegre coro todos los adioses, pero han ido perdiendo espacio hoy en día, porque los andenes domiciliarios se han ido cambiando por el cuarto del televisor.
Las costumbres forman parte de las personas, de sus legados y es la herencia cultural de los que vendrán. Conservar viva aquellas buenas costumbres y divulgarlas en el tiempo les compete a todos los que las han conocido y las van rescatando en la memoria.
Roque Filomena
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