Reconocidos Médicos Politólogos y Especialistas en Salud Pública, luego de un estudio serio de investigación patológica, llegaron a la conclusión de que la corrupción es una enfermedad infecto contagiosa que va engendrando un proceso de destrucción celular, que sólo con la firme intervención de nuestro sistema inmunitario, estaríamos en capacidad de defender nuestro organismo institucional y proteger las células político-administrativas de un estado corporal en riesgo, mientras se realizan nuevos análisis para elegir científicamente y a conciencia el tratamiento más efectivo que contribuya a curar, de una vez por todas, esta degenerativa enfermedad.
No es que se haya descubierto el agua tibia, pero sí la forma de detener la corrupción desde sus primeros síntomas, protegiendo a la población vulnerable de los focos de infección y así mismo, eliminando los corruptos vectores a través de serias campañas de sanidad ambiental.
De esta forma, y sin la necesidad de una política de choque, podemos frenar su avance; solamente se requiere un espíritu cívico, sano y decidido de una desinteresada participación ciudadana que coadyuve a contrarrestar el ritmo corruptor del actual Sistema de Salud Electoral que prometen, a través de vallas y pendones, acabar con la enfermedad de la corrupción, pero que en la práctica son sólo propagandas vanas con las que pretenden justificar el tren de gastos y las fuertes inyecciones de capital con que se financian las insaludables brigadas electoreras con resultados deplorables, porque el brote de la enfermedad reaparecerá con mayor intensidad.
De nada sirve el cambio de estrategia para acabar con la corrupción, si no adquirimos conciencia de que la cura está en nosotros mismos y somos nosotros los encargados de activar nuestra propia defensa y contrarrestar la resistencia de esos agentes patógenos que en lugar de prevenir y curar, promocionan y potencian la enfermedad, llegando a ser viral hasta en las redes sociales.
La corrupción es curable, nosotros somos la cura.
Roque Filomena
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