Jorge Reales
*Usuario Wasapea
La salsa, género surgido en la ciudad de Nueva York por iniciativa de la comunidad boricua, principalmente, fue la música que predominó en la programación de los picós de Barranquilla en los años 60 e inicios de los 70, cuando la música africana, especialmente la producida en el antiguo Zaire (hoy República del Congo), empezó a posicionarse y a disputarle a la salsa la hegemonía en las tornamesas.
La anterior afirmación es corroborada por voces autorizadas dentro del movimiento picoteril, como la de Raymundo Barrios, quien revolucionó a finales de los 70 el sistema de funcionamiento del picó, al adaptar transistores a su aparato, en vez de los denominados tubos al vacío. De otra parte, el investigador cultural Nicolás Conteras, en el documental “Historia icotera, furia de vatios”, plantea que el picó ha sido el difusor de ritmos marginados por las élites sociales, como la salsa en los años 60, la música africana de los 70 y 80, y más recientemente la terapia y champeta criolla.
La difusión de la salsa a través del picó se logró a partir del ingreso a los puertos marítimos de Barranquilla y Cartagena de miles de discos de vinilo por parte de marineros trabajadores de las empresas de navegación, los llamados “vaporinos”, quienes los adquirían en Nueva York y posteriormente los vendían a los dueños de picós y estaderos salseros. Fue entonces cuando en los poderosos “camastrones” barranquilleros como El Coreano, El Isleño, El Gran Pijuán y El Sibanicú, y en estaderos salseros como La Cien y La Casa de Paja del barrio Rebolo, empezaron a retumbar las congas del “manos duras” Ray Barreto con su inmortal Negro y Ray, y las “negras y blancas” ejecutadas con virtuosismo por el maestro Eddie Palmieri en su monumental descarga “Azúcar”, éxitos con los que los barranquilleros aún continúan “pegaitos al picó, azotando baldosas”.
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