La impaciencia tiene un alto precio negativo, y al igual que la ira, no está capacitada para dar buenos consejos, por lo que es preferible no escucharlos, que llegar a ser un impaciente e irascible viejo.
Generalmente, el que se acostumbra a ser impaciente en la vida puede llegar a convertirse en un paciente de por vida. Todo el mundo se impacienta en algún momento, pero si perdemos los estribos todos los días, las consecuencias pueden ser nefastas porque están relacionadas con la frustración, la irritación y emociones negativas que aumentan el estrés y terminan deteriorando la salud.
“La impaciencia sale cara”: puede costarnos dinero, amistades y hasta sufrimientos, por la sencilla razón de que a menudo conduce a malas decisiones. La impaciencia disminuye nuestra capacidad de comunicarnos.
A pesar de que la Ciencia y la Tecnología nos ha permitido una comunicación instantánea y los procesos son más inmediatos, donde anteriormente esperábamos días y hasta meses para obtener una respuesta o unos resultados, hoy en día no soportamos esperar unos minutos cuando no hay línea o se cae la red o el sistema se bloquea o cuando en la primera timbrada el celular no se contesta o no se atiende con la inmediatez requerida un impaciente whatsApp.
Hasta hace algún tiempo, no había más opción que esperar porque la atención era humanamente lenta y comprensible en su manual accionar, ahora con todo y los avances en la prontitud, nos desesperamos más fácilmente y descargamos la rabia en una contestadora automática que sirve de escudo mediante un “inténtelo más tarde” y es mejor seguir intentando porque no hay con quien quejarse ni a quien mostrarle los dientes de la impaciencia.
Pero entonces, ¿por qué somos impacientes? Aunque parezca mentira, ninguno de nosotros elige tomar esta actitud cuando la vida no se ajusta a nuestros planes. Por el contrario, la impaciencia surge mecánica y reactivamente de nuestro interior cuando vivimos de forma inconsciente.
“La impaciencia no sirve para nada”. Adoptar una visión realista de la vida, es lo más aconsejable. Porque cierto es, que las cosas no siempre suceden tan rápidamente como nos gustaría. Tener paciencia es aceptar el hecho de que el tiempo avanza a la velocidad del tiempo y no a la de nuestras expectativas. “No por mucho madrugar amanece más temprano”, menciona sabiamente un popular adagio.
Roque Filomena
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