Desde la guardería, pasando por el colegio, la universidad, los empleos, el trabajo independiente, y casi toda clase de actividad comercial, social, política o cualquier otra, se requiere de una forma u otra pasar un examen de admisión, por llamarlo de alguna manera.

Ese ‘examen de admisión’ donde más ha brillado por su ausencia es en el ámbito político, donde precisamente más presente debería estar, muy especialmente en las designaciones de más alta categoría, principalmente la presidencia de la república, las gobernaciones, alcaldías, ministerios, congreso, y demás actividades político-gubernamentales donde haya gran manejo y responsabilidad, de, y ante la sociedad. 

Éste examen de admisión debe responderle a la ciudadanía por la salud mental plena del candidato o funcionario que en cualquier momento y circunstancia se trate. De la salud mental plena que hablamos no es la de no tener apariencia de desquiciado mental, es casi lo contrario, es la de las personas cuyo comportamiento es aparentemente perfecto, de gran cordura y equilibrio, pero que con cualquier imprevisto, desacuerdo o adversidad su reacción y conducta no va a corresponder a la misma personalidad con que consiguió los votos  para su elección, ni va a ser la misma con que trató a todos los pertenecientes al círculo político; éste examen psicológico de admisión debe ser un examen muy profundo y consistente que alcance a detectar los efectos que puedan tener las frustraciones, traumas y complejos que se pueden adquirir en la infancia y juventud de cualquier persona; detectar cual puede ser la verdadera personalidad y propósitos de quien fuere, y el daño que esta real personalidad pueda ocasionar a la sociedad y al país.

Hector Asaf Quintero