España ha perdido la guerra contra el coronavirus de forma merecida. Aunque los números indiquen que ya no hay tantos fallecidos por la Covid-19 y esto se pretenda vender políticamente como un éxito común; como español he de decir con franqueza que la culpa de esta derrota, además de un gobierno incompetente y una nefasta clase política, es de los propios españoles y su forma de actuar colectiva. No se busquen más culpables pues los políticos son el simple espejo de su sociedad.
Esto se ha visto con total claridad en las malas prácticas de esta sociedad cuando se inició la desescalada por la Covid-19. Un fanatismo colectivo que tenía como afán no el comprar medicamentos o comida y sí el celebrar fiestas, sentarse al aire libre en un café o el permitir que los niños pudieran salir de sus casas sencillamente porque sus progenitores ya no aguantaban el confinamiento con ellos. Medidas ilógicas a todas luces desde el campo de la salud que permitieron perder los beneficios de la cuarentena. Comportamientos absurdos que han competido con actos similares de otras latitudes como el beber productos de limpieza o el hacer rezos públicos y masivos para protegerse del virus.
Desde el año 2017 resido en Cartagena de Indias y doy clases de psicología en la Universidad Tecnológica de Bolívar. Soy consciente de algunos problemas de esta ciudad, pero debo reconocer que conociendo la actual clase política de España se me hace cada vez más difícil creer en el valor de la meritocracia y decirles a mis alumnos que se esfuercen y estudien para llegar a ser algo importante en la vida. En mi país cualquier individuo sin estudios y/o experiencia profesional que milite en un partido político puede vivir lujosamente sin haber realizado ningún esfuerzo intelectual.
Una nación como la española, dirigida por el cortoplacismo, el fraude académico y el nepotismo, nunca podrá salir bien parada de una situación como la actual, es simplemente lógica. Si a esto le añadimos que estos mismos males los padece la oposición y el resto de los gobiernos regionales y que la gente, por su incultura, es fácilmente manipulable con discursos políticos fatuos e inanes, es evidente que España solo podrá alcanzar el estatus de destino turístico de borrachera, habiéndose convertido este estado en un ente que lastimosamente demanda dádivas y limosnas a sus vecinos para poder sobrevivir.
Cartagena está a tiempo de corregir sus problemas y no cometer las equivocaciones de mi tierra.
Pedro Vázquez Miraz
Profesor del Programa de Psicología, UTB
pvasquez@utb.edu.co