El Heraldo
Rafael Sandoval se comunica en lenguaje de señas. Aquí dice: bailar. Jesús Rico
Barranquilla

Rafa no escucha la música pero la baila

El coreógrafo de 34 años enseña a niños y adultos el poder de la danza. “Todos deberían saber el lenguaje de las señas”, considera el joven bailarín. 

A Rafa se le riega la música por las piernas. El bailarín que no puede oírla no necesita otra cosa más que sentirla. Son las ondas sonoras, las vibraciones de ese tambor que toca la puya, lo que marcan los pasos de un coreógrafo que bailó diez años antes de que aprendiera lectura y escritura.

Rafael Sandoval fue diagnosticado de hipoacusia (pérdida auditiva) cuando apenas tenía dos años. En ese entonces solo podía balbucear la palabra mamá, una señal de que “algo” ocurría en su desarrollo lingüístico. A esa edad los niños, por lo general, ya consiguen hablar.

“Yo estaba muy preocupada porque él no hablaba, intentaba decirme cosas pero le costaba mucho. Apenas podía hacer algunos sonidos y entonces lo llevamos al médico. Después de muchos exámenes el niño fue diagnosticado. Desde ahí decidimos que lo apoyaríamos en todo”, cuenta su madre, Lidia Castillo.

El moreno de cabello rizado fue matriculado en un centro de educación especial de Barranquilla, donde pudo estudiar hasta los ocho años, cuando lo retiraron porque él quería pintar. Rafa pasaba horas dibujando garabatos y muñecos en las paredes del colegio, por lo que la directora de la institución, en un acto de coraje y consideración, sugirió a sus padres que lo llevaran a otro lugar. A uno donde van los futuros artistas.

Fontalvo durante una presentación de Garabato.

Estudió en Bellas Artes y terminó cursos en artes plásticas. Los rayones de la infancia se convirtieron en coloridos cuadros que ahora decoran la cocina de su casa, en el barrio El Recreo. Desde ese hogar le promocionaron todas sus ‘cambambas’. La de pertenecer a la Cumbiamba La Revoltosa a los nueve años, la de salir en la Batalla de Flores, La Guacherna y todos los desfiles que él quisiera. 

Fue hijo también del Club de Leones, una entidad sin ánimo de lucro que educa a jóvenes sordos de escasos recursos económicos. Ahora Rafa colabora para ellos y enseña a niños y adultos a bailar.

“Bailamos de todo tipo de música”, dice Rafa en su lenguaje de señas, que comenzó a utilizar desde los quince años, pues antes no había estudiado la configuración con suficiente juicio, según cuenta su madre. 

Desde la sala de su casa, el bailarín del Carnaval explica los distintos ritmos que enseña y práctica.  Hace los movimientos del garabato, sosteniendo un bastón invisible en representación de la muerte; finge tener un sombrero y menearse al son de una cumbia que no suena y cruza sus brazos justo arriba de su cabeza mientras abre y cierra las piernas, como lo hacen las marimondas.  

Inclusión

 Rafa dice no tener problemas con nadie por su condición, aunque considera que todos deberían conocer el lenguaje de señas. También lo cree su madre, quien debió aprender para facilitar la comunicación con el segundo de sus tres hijos. 

“Aquí todos hablamos la lengua de las señas e incluso los sobrinos más pequeños nos sorprenden porque buscan la forma de hablar con Rafa”, expresa Castillo.

Pero en la calle, reconoce, “es común” que muchos no le entiendan. Excepto mientras enseña danza o baila en comparsas, advierte la madre. Ambos saben que la música es un lenguaje que todos comprenden.

Por estos días Rafa se prepara para la Lectura del Bando, espectáculo del que participará desde el enfrentamiento entre la vida y la muerte, con la danza del Garabato.  A punta de esas expresiones ha recorrido, además de kilómetros en el desfile, países. El bailarín ha viajado por Francia, Alemania, España, Venezuela, Ecuador y Reino Unido gracias al baile. 

Esos dos nombres los escribe Rafa con papel y lápiz. María Camila Álvarez y Yair Atehortua, los cómplices del que siente la música. De ellos habla con las expresiones de su rostro. Sonríe y se abraza así mismo para decir que los quiere mucho. Finge una discusión para contar que ellos lo defienden. 

Rafael se pinta el rostro ante la mirada de su madre.

“Tengo muchos amigos que también son sordos, nos reunimos y hablamos mucho entre nosotros”, explica Rafa, quien parece ser alguien muy feliz entre las artes.

“Definitivamente hemos contado con mucha suerte y bendiciones. Rafa nunca ha sentido el rechazo y desde niño le hemos brindado mucho apoyo, incluso en cada academia de baile que ha estado. Lo único que siento que hace falta son más colegios para personas como ellos y que ojalá que hayan más personas para entender su forma de comunicarse”, dice su mamá. 

Rafa, mientras tanto, se pinta la cara de blanco y con dos círculos rojos en las mejillas. Entre sus planes solo está seguir viviendo de la música, el baile y las pinturas y la enseñanza.

“Algún día espero casarme, pero mi mamá me molesta mucho con eso (risas). Creo que tendré tres hijos y que viajaré lejos”, dice Rafa. Lleva un traje de Congo con brillantes amarillos, azules y rojos.  No será el traje que luzca este sábado, en el bando, cuando se vista de negro y huesos, interpretando la muerte.

En la escenificación ese personaje que siembra terror muere. Pero Rafa y su forma de sentir la música vivirán después de ese y muchos bailes. Para él es más que un instrumento para expresase. 

Lidia Castillo y Jorge Fontalvo en compañía de su hijo. Los tres enseñan trofeos.
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