El Heraldo
Osvaldo y Rosa durante la audiencia que se realizó en la Inspección 14 de la ciudad de Barranquilla. Josefina Villarreal
Barranquilla

Pequeñas causas | La gota que rebosó el vaso: una conciliación entre vecinos

Dos mujeres, residentes de un edificio en el norte de Barranquilla, asistieron a la Inspección 14 para mediar un conflicto que incluyó insultos, gritos y amenazas.

Cuando la inspectora ingresó a la sala de audiencias hubo silencio absoluto. Las partes implicadas, que murmullaban para ellas mismas, cortaron toda conversación cuando la mujer se acomodó en su escritorio. Tres mujeres y un hombre se enderezaron en sus asientos, ubicados en el despacho de la Inspección decimocuarta de Barranquilla.

De los cuatro, tres se conocían de hace 11 años como vecinos del primer y segundo piso. Una pareja, Osvaldo y Rosa, y una anciana, Agustina, cuyos nombres fueron cambiados por petición de ellos mismos, habían llegado a la inspección para intentar conciliar una disputa que tuvo como sede su lugar de residencia: un edificio en el norte de Barranquilla. La otra mujer en la sala era una sobrina de la señora Agustina, que había acudido a ayudarla durante el proceso de conciliación.

Osvaldo y Rosa se mudaron a la segunda planta del edificio hace 11 años, justo antes del nacimiento de su primera y única hija. Agustina, que vive sola en su apartamento del primer piso, ya residía en el bloque residencial. Durante ese tiempo, hasta el día de ayer, la pareja y la anciana habían tenido una serie de encontronazos típicos entre vecinos. Eso, hasta hace unos meses, cuando cayó -literalmente- la gota que rebosó el vaso.

Quejas. Después de los saludos protocolarios, la inspectora invitó a las partes a contar sus versiones. Esto, con el objetivo de contrastar sus discursos con lo ya plasmado en la queja impuesta por Agustina, la quejosa. El motivo de la audiencia: una supuesta amenaza, vociferada por Rosa, que tenía nerviosa y muy asustada a la anciana, quien pidió a la inspectora una medida de protección.

“Como los apartamentos están ubicados justamente uno encima del otro, desde el apartamento de la segunda planta se puede ver el del segundo piso”, le contó doña Agustina a la inspectora, dando inicio a su explicación de los hechos. “Ahí caen todas las gotas de los traperos que cuelgan allá arriba. Acá le traje fotos del estado en el que está ese techito que yo misma construí”.

Al escuchar las primeras declaraciones de Agustina, Rosa hizo un amague de risa, una especie de mofa ante las palabras de su vecina. A su lado, Osvaldo se mantuvo sentado, impasible, con un ojo puesto en su reloj y otro en su cónyuge.

—Como estas audiencias son públicas, ¿yo puedo grabar, cierto? —le preguntó Rosa a la inspectora, al tiempo que sacaba su teléfono celular del bolso.

—Sí, son públicas. Y usted puede grabar lo que acá sucede—.

Ante la visión del teléfono en manos de Rosa, Agustina, quien vestía de verde, continuó su historia mencionando que, además de los hechos expuestos, la pareja la había acusado de robarse una manguerilla del aire acondicionado, por lo que —manifestó— la habían insultado y amenazado.

“Todos los vecinos del edificio tienen que comprarle esas manguerillas a los aires acondicionados, para que no caiga agua en los pisos de abajo. Ellos llegaron con gritos e insultos a acusarme de habérselas robado. Violaron todo derecho a mi inocencia”, dijo, angustiada, Agustina.

En su relato, la anciana agregó que Rosa y su hermana la habían acosado en el sótano del edificio, en donde tomaron lugar las amenazas. “Me gritaron que tenían un familiar guerrillero, que sabían que yo vivía sola. Eso me tiene muy asustada, no puedo dormir tranquila ni en mi propia casa”, exclamó Agustina.

Rosa, de unos 50 años, se revolvió en su asiento. Su melena rubia descansaba en el espaldar del asiento. Osvaldo, de cabello corto y canoso, seguía con los ojos puestos en las agujas del reloj. “Recuerda que hay que ir a buscar a la niña”, le recordó a su esposa.

La otra parte

Cuando llegó el turno de la pareja, Osvaldo se dispuso a hablar, pero su esposa levantó primero la voz. “El primer problema entre ella y yo es que yo tengo un tono de voz más alto”, dijo la mujer refiriéndose a su vecina Agustina. “Desde que yo me mudé al edificio, hace 11 años, esta señora siempre me ha odiado. Si yo me asomo ella se esconde. No sé por qué tiene esa actitud conmigo”, se preguntó Rosa.

“Yo siempre la traté a ella con todo respeto”, contó Rosa. “Estoy arrepentida, pero de no ser la quejosa en esta situación. La señora acá presente siempre me ha tratado mal y mi hija, que tiene un problema psiquiátrico, se ha visto afectada por los gritos que ella nos vocifera desde su apartamento, o cuando se encuentra con nosotros en los pasillos”, manifestó.

Agustina, incrédula, interrumpió para decir que la mujer “faltaba a la verdad”, pero la inspectora le pidió que dejara a Rosa terminar de contar su versión. “Incluso ella fue la que nos gritó a nosotras y además hizo que la Policía nos entregara la citación para esta audiencia. Mi hija estaba muy nerviosa”, contó Rosa.

Según contó la mujer, desde su apartamento Agustina le gritaba “envidiosa” y “que se las iba a pagar”, lo que había atenuado la situación entre las vecinas. Todo esto, concluyó Rosa, se había presentado desde hace años, cuando ella se mudó al edificio.

“Nosotros hemos hecho fiestas y reuniones en el edificio. Agustina nunca ha ido. Incluso, solo hace un año se apareció por las reuniones de la asamblea de la administración. Ella no socializa con nosotros”, aquejó Rosa.

Terminada la intervención de su vecina, la señora Agustina le recordó a la inspectora que lo que ella pedía era una medida de aseguramiento. “Estoy muy asustada de lo que esta señora me pueda hacer. No es posible que uno trabaje toda su vida para pagarse un apartamento en donde uno quiere vivir tranquilo y pasen estas cosas”, agregó.

Conciliación. Fue por esto que, consciente de la situación de las vecinas, la inspectora las invitó -una vez más- a conciliar, argumentando que era la mejor manera de solucionar el problema. “De presentarse nuevamente una agresión o insulto, podrán acudir a las instancias de los juzgados de Pequeñas Causas, pero para conciliar un conflicto uno tiene que apartar sus pretensiones”.

Sobre la medida de protección solicitada por Agustina, la inspectora le recordó que el acta final de la audiencia le servirá con el mismo fin, pues podrá mostrársela a las autoridades si los hechos se vuelven a presentar. La anciana indicó que ya le había avisado a los agentes del CAI cercano, lo que generó más risas por parte de Rosa.

“A partir de este momento tiene que cesar todo acto de violencia; todo insulto o provocación. Ustedes son vecinas y lo primero que tienen que tener claro es que comparten una propiedad y por eso deben estar más unidos, para acompañarse en caso de cualquier necesidad”, les dijo la inspectora.

En el acta de la audiencia, en donde quedó descrito el acuerdo entre las partes, plasmaron sus firmas todos los presentes, con el juramento de cumplir a cabalidad lo ordenado por la inspectora. De afán, Osvaldo y Rosa salieron del despacho, despidiéndose de la conciliadora e ignorando a la señora Agustina, quien permaneció en la sala.

“Si no es molestia”, dijo Agustina, “me gustaría quedarme en el despacho hasta que la señora y su esposo abandonen el edificio. No me los quiero encontrar por ahí”.

Acompañada de su sobrina, Agustina abandonó el despacho unos minutos después. “Me voy intranquila y sorprendida, estos dos se transformaron completamente en la audiencia”.

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