El Heraldo
Luis Felipe De la Hoz
Barranquilla

“No me paguen lo que gasté, pero devuélvanme mis tiquetes”

A partir de hoy, EL HERALDO publicará una serie de historias sobre conflictos cotidianos que pueden generarnos dolores de cabeza.

Lo primero que deben saber sobre Antolinez es que no es un principiante. Es sagaz y estratégico. Es un abogado que sabe cuándo enfadarse y cuándo atacar, cuándo elogiar y cuándo retirarse. Pero para su infortunio, como los loros viejos, Luis Leonardo Antolinez no deja de hablar.

“Te voy a dar es una recomendación: el gallo nuevo que va al gallinero tiene que esperar el cantar de los otros gallos, ¿sabes por qué? porque si tú quieres cantar más alto que los gallos de la casa, ellos no te lo van a aceptar”.

La variante de un dicho popular cuya premisa realmente defiende que “los gallos deben cantar en su propio gallinero” es citada por Antolinez, a quien le gusta dar lecciones, mientas le abre los ojos a una apoderada de la aerolínea Copa Airlines con la que intenta conciliar. Aunque parece, mientras la señala con su dedo índice, que está lo suficientemente molesto como para golpear la mesa y marcharse sin conciliar.

Antolinez es el más interesado en llegar a un acuerdo, en todo caso. Por eso su escena de rabia con esta chica, una abogada joven, parece una estrategia. Y ha debido tener alguna. De los seis casos que este abogado ha puesto sobre el escritorio de la Inspección de Policía de Protección al Consumidor y Metrología legal de Barranquilla, ha ganado cinco. El sexto está en proceso y fue interpuesto el mismo día de esta audiencia. Enero 31, 11:20 de la mañana. 

Stella Quintero y Leonardo Antolinez (ambos en el centro) concilian con la contraparte

El caso

Hace seis meses Antolinez y su esposa se disponían a viajar a Tegucigalpa, capital de Honduras. Tenían tiquetes, un mes de hotel pagos y 50% de un dinero por dictar charlas desembolsado. La pareja llegó al aeropuerto Ernesto Cortissoz, cumplió con su check-in en Copa Airlines y se embarcó en el avión que los conectaría primero con Panamá y luego con Honduras. Hasta ese momento todo iba sospechosamente bien.

“Señor, permítame el certificado de vacunación contra la fiebre amarilla”. Y a partir de aquí, ya nada estaría bien. 

Antolinez buscó entre sus cosas y facilitó un papel de color amarillo que no era el de fiebre amarilla sino el de cólera. Pero en Honduras, así como en otros países endémicos de esta infección viral, es de carácter obligatorio que todo viajero presente ese certificado internacional. Y el abogado no lo tenía.

“Vaya circunstancia cuando yo ya había llegado a Honduras meses atrás con mis documentos. Si no lo sabe todo el mundo, la vacuna de la fiebre amarilla solo se pone una vez y ese papel es para siempre. Yo no llevaba el certificado y allí empezó el tire que jala”, cuenta Antolinez durante la audiencia. Tiene a su lado, cruzada de brazos, a la Inspectora 12 de Protección al Consumidor, Stella Quintero; la asesora legal de Quintero, Herminia Guzmán, y la apoderada en representación de Copa Airlines. 

“Fue un rollo, trajeron hasta el secretario de Salud y este me dijo: con toda la pena no lo podemos dejar entrar. Hasta ahí yo entendí todo”, continúa su relato.

¿Pero, entonces, cuál es el objeto de su querella? Antolinez se despacha en contra de Copa y señala de culpable a la aerolínea por varios de sus males: que durante todo su embrollo nunca llegara un funcionario de la compañía a intentar solucionar, que cuando llegara solo lo sacara a “empujones”, que aunque empezara a sufrir por su presión y necesitara de un paramédico –tras todo el caos de la situación– y estos llegaran y recomendaran trasladar al pasajero a una clínica en Honduras, el mismo funcionario de la aerolínea se negara.

“No le importó mi salud. Dijo que me tenía que regresar a Barranquilla en el siguiente vuelo. Duré cuatro días en la clínica después y busqué luego un especialista en el tema, antes de interponer cualquier cosa. Apenas me explicaron lo entendí: ¿qué hubiera pasado si me montaba en el avión sin pasaporte?, ¿quién tenía la culpa? la aerolínea no debió embarcarme en ese vuelo, la norma dice que ellos debían ser el primer filtro”, argumenta Antolinez.

En efecto, las aerolíneas, aunque sean un agente externo a la autoridad que debe revisar esa documentación, sí tienen la tarea de ser un primer filtro. Por supuesto, Copa Airlines no cumplió con su parte.

La inspectora Stella Quintero pregunta entonces que cuáles son las pretensiones del querellante, no sin antes recordar que las audiencias de conciliación son voluntarias y que ambas partes deben sacrificar algo para llegar a “un feliz acuerdo”. Mientras Quintero habla, ambos abogados asienten con la cabeza. “Y si concilian, nadie los obliga. Pueden ir a otras instancias”, agrega la inspectora, que lleva 17 años en ese cargo.

Pretensiones

Antolinez pagó 4’500.000 por los tiquetes Barranquilla–Tegucigalpa, pero sus gastos totales ascienden a más de diez millones. Antes de desenfundar su petición, evoca las “sabias palabras” de la inspectora y le dice a su colega que, pese a todo, seguirá siendo “fiel” a Copa. Después de las flores, el abogado lanza sus dardos.

“Miren, yo estoy dispuesto a perder un poquito. Es más, yo no estoy dispuesto a perder un poquito, sino bastante. No me den la plata que me gasté, solo devuélvanme mis dos tiquetes”. 

La culpa

Lo primero que deben saber de la apoderada es que está acostumbrada a lidiar con las querellas por casos como el de Antolinez, pues resultan comunes en las aerolíneas. Deben saber también que nunca lo interrumpió, se dedicó a escuchar su versión y a mensajear con sus superiores a través de un chat. Cuando llegó su turno, con un acento particularmente bogotano, dijo: “En nombre de la compañía quiero pedirle disculpas por el impase que tuvo que transcurrir en su vuelo a Honduras, entendemos la incomodidad que pudo haber sufrido”. Lo dijo rápido, intentando generar empatía y calidez, pero el tono era más bien frío. Y entonces lanzó sus dardos. 

La joven que estuvo callada durante más de 15 minutos, la de voz dulce y pausada, le confesó a Antolinez que menos mal estaban entre abogados, que suponía que él también conocía la Ley 1480, esa que en uno de sus artículos señala las responsabilidades y obligaciones del consumidor. Entre esas, el deber de informarse. 

“No hemos negado que debemos ser un filtro, pero lo cierto es que hay una culpa compartida y más que una culpa compartida hay una culpa exclusiva de la víctima por no hacer las respectivas verificaciones de los requisitos que hay cumplir al presentarse a los vuelos. Nos mantenemos en el ofrecimiento del desembolso del 50% del valor del trayecto”.

La discusión

Antolinez tenía decenas de papeles en la mano y los suelta. Estaba encorvado, pegado a la mesa y se aleja. Vuelve a señalar a la joven con su dedo y dice “por eso este país está como está”.

La inspectora intenta que la conciliación no se desvíe. Trata de darle parte de la razón a Antolinez y otra parte a Airlines, pero el abogado insiste.

“Por eso estamos como estamos. Por eso. Por eso ves que una aerolínea te cancela un vuelo y no te indemniza, pero si tú llegas tarde y cancelas el vuelo sí tienes que pagar. Aquí no es todos en la cama y todos en el piso”.

La joven abogada, que hace minutos dejó de ser la mujer silenciada, se dispone a enfrentarlo haciéndole ver a Antolinez que está sobresaltado. “Usted se sobresalta, pero cuando le hablo de platica ahí sí se baja”.

Esa expresión de “la platica” hace estallar a Antolinez. De repente se hace más notorio el sudor que emana de sus axilas y que traspasa la camisa. El hombre se aleja más de la mesa y ambos no dejan de hablar. La inspectora intenta detenerlos.

–No, no. Mi problema no es de plata, princesa… te pido respeto. Si el problema fuera de plata sería tu problema porque eres la empleada de ellos. Lograste que yo no aceptara. No, no. Tú no puedes venir a faltarme el respeto.

–Ya que usted no tiene ánimos conciliatorios, puede dirigirse a la Superintendencia de Industria y Comercio…

–No sé si me viste cara…

–No señor, pero tampoco pienso cambiar mis palabras, lo que dije es que cuando yo hablé en términos de valor, nos entendimos.

Quintero, la inspectora, pide que no se ataquen personalmente pues eso no les llevará a nada y mientras Antolinez reprocha y reprocha, se acerca al oído de la abogada de Copa y le pregunta hasta cuánto podría ceder. Le ofrece dos millones en bauche, pero a Antolinez aún no le parece una suma justa.

Quintero vuelve a acercarse a la apoderada. Juntas suman y restan y acuerdan que el 50% equivale a dos millones y medio. Entonces Antolinez respira profundo:

“Para que vean que sí tengo ganas de conciliar. Acepto, pero debe quedar una lección”, dice el hombre. Ambos intercambian datos y detalles de la entrega de lo acordado, cuyo plazo para redimir debe ser un año. 

“No hay nada personal aquí, colega”, dice Antolinez mientras estrecha la mano de la apoderada. Al fondo,  la inspectora estira su boca congelándola en una sonrisa y comparte una historia que a ninguno de los dos parece importarle. Quintero ríe sola. Quizás es la que más disfruta ese apretón de manos que no le dan.

La fiebre amarilla

De conformidad con el Reglamento Sanitario Internacional, los países tienen derecho a exigir un certificado de vacunación a los viajeros procedentes de zonas con alto riesgo de fiebre amarilla. El reglamento es un instrumento jurídicamente vinculante destinado a detener la propagación de enfermedades infecciosas y otras amenazas para la salud. 

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