El Heraldo
Un penitente recorre la calle de la Ciénaga, en Santo Tomás, mientras se flagela con bolas de cera ante la mirada de sus familiares y espectadores.
Barranquilla

“Milagros” que se pagan con dolorosas mandas

 Como cada Viernes Santo, un grupo de personas recorrió las calles del municipio de Santo Tomás, Atlántico, para cumplir sus promesas por los “milagros” recibidos. 

Etilvia Herrera da tres pasos adelante y dos hacia atrás. Ya ha recorrido un kilómetro de los dos y medio que tendrá que recorrer, mientras con su mano derecha se va flagelando con una ‘disciplina’, un objeto hecho con cabuya y bolas de cera. 

En su mano izquierda, esta barranquillera de 55 años lleva empuñada la foto de su sobrino, quien padecía una grave enfermedad y que fue curado –según cuenta– por un “milagro de Dios”. Milagro que ella prometió que pagaría con una manda de tres años.

Aunque su rostro está cubierto por una manta blanca con cruces negras, el dolor y el cansancio de su cuerpo se nota por los jadeos que da cada que vez que la ‘disciplina’ golpea la parte inferior de su espalda, que ya se nota hinchada y roja por los golpes. 

Aunque la temperatura es alta y el fogaje golpea la cara de los peregrinos, Etilvia avanza a pie descalzo por una trocha de Santo Tomás, municipio de la banda oriental del Atlántico que es testigo de su último año de manda. 

A pocos centímetros de ella están sus familiares dándole ánimos y rociándole alcohol en la parte inflamada, mientras acaban un garrafón de aguardiente que es saboreado por Etilvia aproximadamente cada 15 metros y cuya función es servir de anestesia mientras los golpes hinchan y desgastan cada vez más el cuerpo de esta católica. 

Rafael realiza el recorrido a pie descalzo y cargando una cruz de madera.

 

Tradición familiar.  Unos cuantos metros atrás de Etilvia viene su hermano Farid Herrera, que con un poco más de fuerza se flagela al mismo ritmo que su pariente. El completa su octavo año pagando una manda por un favor recibido y avanza rodeado de sus familiares. 

“Nosotros somos del barrio Las Nieves, de Barranquilla. Nuestro padre estuvo como penitente durante años y ahora, gracias a los milagros que hemos recibido, mis hermanos lo hacen para darle las gracias a Dios y para cumplir las promesas a él. Hoy nuestra familia goza de buena salud y eso es lo importante”, dice Sixta Herrera, mientras empuña un rosario con su mano derecha y ve como a paso lento sus hermanos avanzan azotándose por un terreno árido y polvoriento ante la mirada expectante de algunos curiosos que llegaron hasta el comienzo de la peregrinación. 

Más adelante, el hermano mayor de la familia,  Palmenio Herrera de 65 años, completa ya más de dos kilómetros de trayecto, su espalda se encuentra más hinchada que la de sus hermanos y en su piel sangra por las cruces que con una cuchilla le hicieron en las siete estaciones en donde debe parar a realizar una oración. 

El hombre paga la manda por su hijo, quien casi pierde un ojo hace más de 30 años, pero logró recuperarlo gracias a un milagro del cielo, o al menos eso es lo que afirman sus familiares. 

Desde entonces, Palmenio le hizo la promesa a Dios de flagelarse durante 21 años, pero le regaló 8 más a Dios, en agradecimiento por el milagro recibido. Su experiencia no es en vano, él avanza a un ritmo más acelerado mientras las gotas de sudor combinadas con alcohol que le va rociando un familiar caen al piso.

Al llegar a la ‘Cruz Vieja’, lugar donde finaliza el recorrido, Palmenio se arrodilla y durante cinco minutos hace una oración mientras una aglomeración de gente graba con sus celulares el momento. Luego se levanta y de inmediato uno de sus familiares le limpia la herida con café y alcohol y luego con una venda le dan varias vueltas a su espalda, mientras se reposa debajo de la sombra de un palo de mango. 

Etilvia llega a una estación y un familiar le hace un corte con una cuchilla en la parte baja de la espalda.

Rodeado de decenas de personas el hombre asegura que de ser necesario lo volvería a realizar siempre y cuando los milagros sigan apareciendo en su familia. “Hay personas que dicen que con la oración es suficiente, pero los milagros que ha recibido esta familia solo se pueden retribuir de esta forma, respeto a quienes piensen diferente, pero también pido respeto por lo que nosotros creemos”, señala el hombre mientras es bombardeado a preguntas por los curiosos. 

A los pocos minutos sus hermanos, quienes salieron media hora después de él, van finalizando el recorrido juntos, ambos ingresan a la ‘Cruz vieja’ dando tres pasos hacia adelante y dos atrás y hacen una oración al tiempo para finalizar un nuevo recorrido que más que marcas en sus cuerpos le dejarán satisfacción por cumplir su promesa al creador, según lo afirma su hermana Sixta a quien el llanto no la deja hablar con tanta fluidez. 

“Esto no es el carnaval”. El ambiente durante la peregrinación de los 18 penitentes que se flagelaron y de la docena de personas que realizaron el recorrido cargando pesadas cruces o caminando de espaldas y con los pies descalzos, no pareciera ir acorde con los días santos. 

Champetas y vallenatos se mezclan con algunas alabanzas que suenan a lo lejos y que provienen de un viejo equipo de sonido que está en una terraza en donde varios hombres y mujeres se refrescan a punta de cervezas. 

Como si se tratara de las carnestolendas, los residentes de ‘La Ciénaga’, vía en donde finaliza el trayecto, alquilan sillas y ofrecen sus ventas de sopa, pescado, chuzos y demás alimentos. “Solo falta la maicena, esto no es un carnaval y la gente ha cogido a los penitentes como excusa para ir a tomar, es una falta de respeto para las actividades que hacen en la iglesia”,  asegura una feligrés de la parroquia de la Parroquia Santo Tomás de Villanueva, que no está de acuerdo con la tradición de los penitentes, pero con su celular registra cada detalle de las dolorosas mandas.

En compañía de sus familiares, Etilvia avanza por una trocha mientras se flagela.
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