El Heraldo
El cuidador Rafael Hernández, quien lleva 24 años en el Zoológico, hace mantenimiento al hábitat de la cebra. César Bolívar
Barranquilla

La vida entre los casi 600 animales del Zoo

El elefante ‘Tantor’ es el único que puede abrir y cerrar la puerta de su hábitat. Conozca algunos de los secretos del detrás de ‘bambalinas’.

Cuando el tigre de bengala blanco caza con la mirada a ‘Mimi’, su cuidador, se lanza rugiendo sobre él y golpea el cristal con sus dos garras. Cualquier visitante podría asustarse por la reacción del Panthera tigris –que solo en Bangladesh, en el sur de Asia, produce cien ataques al año–, pero no Wilmer Vides. El hombre de sombrero tipo explorador tiene 24 años trabajando en el Zoológico de Barranquilla y ya se ha acostumbrado a ver los colmillos y saltos del felino, aunque solo desde afuera del vidrio. Por eso tiene dos hipótesis: o el tigre quiere un abrazo, o busca devorarlo. 

“No me puede ver porque siempre hace eso y solo es conmigo. Espero que sea de cariño, ya que le llevo comida todos los días”, supone Vides, mientras se aleja a paso lento del depredador. Por lo menos esa sería la explicación más conveniente para su vida. 

Momentos antes de aquella escena, ‘Mimi’ lavaba con una manguera el espejo de exhibición, que ahora tiene dos grandes huellas pintadas desde el interior, y que no pudo durar más de diez minutos limpio. Esa es una de las tareas que tiene un cuidador, la única persona que puede ingresar, cada día, al hábitat de los casi 600 animales que tiene el Zoo.

Lo que ningún visitante alcanza a ver ocurre a partir de las 7 a.m. A esa hora los 11 cuidadores que tienen las 122 especies comienzan su rutina de limpieza, mantenimiento y suministro de alimentos, por la que atraviesan los cinco continentes. Un rato están en África, con el elefante, y a los minutos en Asia, con los felinos.

La misión se cumple, desde luego, en medio de una larga lista de medidas de seguridad. Antes de que algún cuidador pueda ingresar a una zona de exhibición –donde permanecen los animales ante los visitantes–, deben tener la certeza de que, por ejemplo, los leones se encuentren en su área de manejo o dormitorio. Nada de descuidos, ni sorpresas. 

Un chivo es atendido durante la rutina médica. César Bolívar

La misión

Luis Esteban Ejea es un moreno canoso que carga en su carretilla unos 20 mazos de pasto para el elefante ‘Tantor’, a quien atiende y ayuda desde que llegó al Zoo hace unos 25 años, luego de que fuera decomisado a unos narcotraficantes por tráfico ilegal de especies. Ese tiempo juntos explica por qué el gigante de cinco toneladas reconoce a su cuidador y atiende los comandos de voz. Es ‘Tantor’ el único que con su trompa puede abrir la puerta de su hábitat, así que Ejea solo le pide que la abra o cierre, mientras él se encarga de los seguros y las poleas.

“Tantor es muy inteligente y nos entiende perfectamente. Sabe que cada vez que obedece recibe algo que le gusta mucho, como la calabaza, bananos o cacahuate, así que es obediente”, dice Ejea, quien antes de 9 a.m. ya ha alimentado y limpiado el hogar del elefante.

Son tres las carretillas cargadas con heces de ‘Tantor’, que elimina casi el 50% de los alimentos que consume: 212 kilos en mazos de pasto, hojas de plátanos, guineo, puralfalfa, zanahoria, ahuyama y mazorca.

El tigre de bengala se lanza contra el vidrio, al ver a ‘Mimi’. César Bolívar

La comida

La cocina del Zoo es una de las áreas más privadas –como la cuarentena y las zonas de manejo– y allí solo ingresa el chef  del mundo animal, encargado de preparar unas 140 dietas diariamente, incluyendo hayacas para osos y totumos con frutas para los primates. La comida de todos equivale a cerca de 500 kilos de alimentos al día.

En un tablero gigante, frente a un largo mesón, el chef tiene apuntado en detalle las cantidades y los alimentos que corresponden a cada animal. Definir eso es la labor del zootecnista brasilero Gabriel Rodrigues, quien hace el mercado diario, semanal y mensual de unos comensales de carácter especial. 

Con calculadora y listado de alimentos en mano, el experto saca cuentas de cuánto gasta el Zoo en mazos de pasto, toneladas de frutas y verduras, carnes y lácteos, concentrados y semillas y suplementos vitamínicos: $31 millones mensuales.

Con esa cantidad, estima, se podrían abastecer las tres comidas promedio de unas 500 personas diariamente y que al mes, alcanzaría para 15.000. Es decir, alimentaría a las dos graderías, repletas de gente, de occidental y oriental del estadio de fútbol Metropolitano Roberto Meléndez.

“Pero yo prefiero trabajar y alimentar animales”, bromea Rodrigues, quien debe responder hasta por la comida más difícil ¿cómo se hace con el oso hormiguero?

Estos mamíferos, nativos del sureste mexicano, consumen cada día entre 30.000 y 40.000 hormigas, lo cual se considera ‘misión imposible’ para cualquier zoológico en el mundo.

“Lo que hacemos es reemplazar esas propiedades con un batido que tenga condiciones parecidas. Es decir, alta proteína y poco carbohidrato”, explica Rodrigues.

El resultado de eso es una (¿rica?) malteada pastosa de huevo cocido, carne, pollo, concentrado de perro, remolacha y zanahoria. Según el experto “a ellos les encanta”. Y a los cuidadores, biólogos, veterinarios, también. 

“Es la parte más gratificante. Servirles”, coinciden ellos. Saben que, aunque el ideal es que sus comensales tengan una vida libre en la naturaleza, ese mundo artificial del Zoo es “el mejor hogar” al que pudieran llegar.

Christian Olaciregui, jefe de Biología, lo explica de la siguiente manera: “La mayoría de animales que habitan aquí son muy lindos, pero con historias tristes. Los maltrataban y los mantenían en condiciones indignas. El koati vino moribundo, el león fue rescatado de un circo donde le quitaron las garras y colmillos ¿cómo podría defenderse?, el oso Chucho duró muchos años en cautiverio. Definitivamente son animales que ya dependen del humano. Aquí los cuidamos”, dice. Agrega que con su estadía, los seres humanos pueden comprender y valorar el mensaje “más importante” que da el Zoo: “no al tráfico”.

¿Y el oso Chucho?

El oso de anteojos que permanece en el Zoo continúa adaptándose a su nueva vida, según indicó el jefe de Biología. Comparte espacio con una osa y “poco a poco han aprendido a convivir”. “Aún así son muy independientes y hasta ahora no ha habido emparejamiento”, dice Christian Olaciregui.

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