
“La muerte de mi madre por covid es lo más duro que he tenido que enfrentar”
En esta nueva entrega de #UnÚltimoAdiós, el reciente formato de EL HERALDO, Dayanis narra el fallecimiento de su madre.
“Siendo las 4:50 a.m., me dispuse a escribir sobre este relato, quizá el más doloroso de mi vida; donde hablaré sobre la muerte de mi madre, luego de luchar contra la covid-19 durante un mes en Unidad de Cuidados Intermedios.
Soy Dayanis, tengo 35 años y vivíamos una vida normal, mi madre se llamaba Dinny Florez, de 65 años, ella era el pilar de nuestra casa. Ella cuidaba de mi hija mientras yo trabajaba en casa, siempre estuvimos muy juntas y éramos como amigas.
Había una relación más que de madre a hija, todavía recuerdo nuestras discusiones tontas por colocar la carne a descongelar cerca de los platos recién lavados, y cuando después del turno de trabajo entraba a hacerle cosquillas en su barriga y le quitaba el celular de la mano haciéndole cosquillas, para que habláramos un rato de cualquier tema.
Mi madre era una mujer amorosa y carismática, todo lo contrario a mí, quien siempre he tenido un cascarón por miedo a ser lastimada. Ella, por el contrario, siempre se acercaba a la gente y los ayudaba desinteresadamente.
Cuando era pequeña había una vecina que tiene gemelas y ella —la vecina— debía ir a trabajar porque es madre soltera y mi mamá se ofreció a cuidarlas. Así lo hizo durante más de 10 años. Les dio el mismo amor, consejos y cuidados que a sus hijos.
Desinteresadamente acogió a muchos niños que estaban sin padre, los invitaba a la casa, los escuchaba y jugaba con ellos; quizá porque cuando era pequeña su padre dejó a su mamá. A raíz de esa situación, ella pasó muchas dificultades y se identificaba con esas historias.
Cuando mi madre iba a comprar cosas hablaba mucho con la gente, compartía sus conocimientos de remedios naturales, a cada persona les demostraba interés y afecto. Sin ser suficiente, de lo poco que tenía auxiliaba a las personas que pasaban por la calle pidiendo ayuda.
Además, adoptó a unas palomitas torcazas y diariamente se levantaba temprano a colocarles alpistes y agua en el patio, mientras llegaban a comer.
Siempre admiré su manera de ganarse el aprecio de los demás, tenía un carisma tan grande que, incluso, las personas que quizá le hacían daño no les guardaban rencor. Mi madre decía que “debemos amar a quien nos lastima”, así como Jesús amaba a sus enemigos y oraba por ellos.
La covid-19 ya había tocado nuestra casa en julio del año 2020, yo trabajaba desde que inició la pandemia en casa y mi esposo tenía que salir, él se contagió primero y luego yo; así que estuvimos aislados con todas las medidas de seguridad y ni mis padres ni mi hija se infectaron.
Luego pasó el tiempo, en mayo de 2021 todos estábamos en nuestra vida normal, seguíamos cuidándonos dejábamos los zapatos en la terraza y usábamos otros para ir a la calle. Ella se encargaba de hacer las comidas de la casa y debía ir a la tienda de la esquina cuando faltaba algo para complementar, recuerdo que la regañaba porque se quedaba estacionada hablando con varios vecinos antes de llegar a la casa, le decía que mejor no hablara con nadie para evitar contagio.
Ella me decía que ‘sí’ pero siempre la llamaban para conversar. Exactamente el 20 de mayo inicio con fiebre, dolores musculares y tos seca; yo le insistí que debía ir a hacerse la prueba y tenía muchísimo miedo porque ella no quiso vacunarse pensando que la vacuna era mala para el organismo.
El 22 de dicho mes se hizo la prueba y nos confirmaron que era positiva para covid, cuando eso ocurrió se me derrumbó todo por dentro, sabía que no sería fácil por su condición, ella era diabética no controlada, y tenía episodios de presión alta.

Empezamos a tratarla en casa con un familiar médico, quien nos pedía por video llamada los signos vitales y glucometría. La saturación de oxígeno bajaba demasiado rápido y el 25 de mayo que cumplió mi abuelita (su mamá) no pudimos ir, tuve que llevarla a urgencias porque estaba saturando en 88%, mientras íbamos en el taxi, le coloqué el oxímetro. Ella iba en silencio muy preocupada —y, yo con temor, pensando que quizás era la última vez que la vería— trataba de no demostrarle nada para evitarle angustia.
Estuvimos en la urgencia, me dejaron entrar, procedí a arroparla con una cobija, estaba pendiente que tomara agua, orinara y limpiarla, le hicieron varios exámenes y le colocaron oxígeno.
A la hora de estar ahí me llama el médico de turno y me dice que me acerque. Tenía el corazón a millón, me mostró la placa de mi mamá y me dijo, “Dayanis tu mamá tiene los pulmones bastante comprometidos, ella va a ser trasladada a una unidad de cuidados intermedios”. La sensación es miedo y estado de shock, pero luego me acerque donde ella y le expliqué de una manera sutil para darle tranquilidad.

Le dije que no era una UCI, que era unidad de cuidados intermedios y allá le colocarían oxígeno mientras pasaba la inflamación de los pulmones por la neumonía. En menos de 5 minutos cuando ya estaban los camilleros ahí y se la llevaban, en ese momento mis ojos solo la veían y mi mente estaba en blanco, no sabía qué pensar, solo le dije: “mami nos vemos allá en la clínica todo estará bien, te amo”.
Cuando llegué a la clínica ya ella estaba arriba y no me dejaron entrar, yo solo podía llorar y no quería irme de ahí. Eran las 9:00 p.m., y yo seguía llorando en la puerta de la clínica, hasta que vino un camillero que me preguntó qué tenía y le expliqué la situación. Él desde el primer momento me ayudó muchísimo, me dijo que ella estaba bien y me mostró una foto de ella en su camilla con el oxígeno puesto, y recibió sus pertenencias.
Cuando iba camino a casa sentía ese temor de no volverla a ver nunca más, al día siguiente se comunicó conmigo el internista y me informó que ella estaba estable, sin embargo, se le bajaba la saturación solo por comer o al mínimo esfuerzo.
Cuando me dijeron que la iban a intubar sentía que mi mundo se caía a mil pedazos, el miedo y la angustia fue terrible, no se lo deseo a nadie, sin embargo, ella salió adelante y superó la covid. Pero, seguía internada con traqueotomía y oxígeno de alto flujo, ya estaba consciente y venía mejorando cada día; nosotros la veíamos por video llamada 2 veces al día y la atención era muy buena, la psicóloga e internistas tenían mucha empatía, un trato digno, con amor y siempre positivismo. Nos dejaban entrar para verla, estar con ella, apretar su mano y acariciarla. Logramos entrar, mi papá, mi hermano y yo.
El sábado 3 de julio uno de los médicos nos dijo que la pasarían a piso para que pudiéramos ir a verla más seguido, el domingo quise ir para intentar que me dejaran entrar, pero preferí que entrara mi papá, estuvo media hora con ella y cayó lunes festivo.
Los fines de semana no nos llamaban por video llamada y cada día entraba a revisar los laboratorios y seguían estables, ese día no fue la excepción así que estuve un poco tranquila, pero ya había pasado mediodía y no me llamaban, aunque la noche anterior al lunes había soñado que la había visto en un columpio y la vi como cuando era joven (se despedía o saludaba con su mano). A las 1:00 p.m., sonó el celular, mi corazón acelerado y mi voz temblorosa no ocultaba el temor, de esa llamada, tenía un presentimiento.
El médico me dijo que estaban en proceso de atender la urgencia porque a mediodía ella había presentado deterioro hemodinámico, y sufrió un paro. Que estuvieron reanimándola durante 30 minutos y lamentablemente había fallecido. Yo tiré el celular y corría de un lado a otro en mi desesperación, vi que mi esposo siguió recibiendo la llamada.
Caí en la cama y recuerdo sentir que no respiraba y temblaba, yo no lo podía creer. Decía que era una equivocación, mi hermano menor salió para la clínica, entró a la morgue y me llamó a decirme que si era ella. Cuando él me dijo eso sentí ganas de correr y morirme, era una sensación de desespero y dolor, es lo más horrible que haya experimentado.
Mi esposo se encargó del trámite de las exequias, yo solo estaba tirada en cama sin fuerzas, al día siguiente debíamos ir a velarla y ver a mi madre ahí, en un cajón es lo más doloroso que puede experimentar un ser humano; su imagen ahí tras un vidrio sin vida, parece una pesadilla pero no puedes despertar. Al día siguiente la misa y en menos de lo que esperas ya se la llevan para un acto simbólico de cremación, y ya no la volverás a ver jamás.
Este es el momento más duro al que me he tenido que enfrentar, pero lo que pude lograr cosechar de todo esto es a aprender a valorar más a nuestra familia y no las cosas materiales, y a ayudar a los demás desinteresadamente. Le prometí no desamparar a mi papá y a su mamá, seguiré su ejemplo.
Quisiera que todo el que pueda se vacune y que eviten pasar por esto, es horrible tener a un familiar entre la vida y la muerte y cada día tener la zozobra de no saber si es el último”.
“Nuestro vínculo es eterno, madre hermosa, te amo”.
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