Barranquilla

En video | La agonía de movilizarse en bus en Barranquilla

El AMB indicó que el sistema de transporte público cubre aproximadamente el 75% del área metropolitana de la ciudad. EL HERALDO realizó varios recorridos en bus para verificar el estado del servicio.

Esther Moreno, María Coronado y Verónica Primo no se conocen, pero viven una situación en común: las dificultades que deben enfrentar todos los días para tomar un bus de servicio público en Barranquilla.

María se queja por las demoras en la frecuencia de los buses, Verónica cree que son inseguros y Esther dice que se gasta más de $5.000 para transportarse desde su casa hasta cualquier lugar, porque —además del valor del pasaje del bus— debe pagar para que un motocarro la transporte hasta un punto donde pueda acceder a una ruta de bus urbano. A esto se suman las quejas porque los buses pasan llenos, especialmente en las horas pico; porque la mayoría no tienen aire acondicionado para sofocar la temperatura; porque solo hay servicio hasta las 10 de la noche, y porque algunos barrios se quedaron sin rutas cuando empezó a operar Transmetro.

El Área Metropolitana de Barranquilla reconoce que las 89 rutas autorizadas cubren el 75% del territorio de Barranquilla y su área metropolitana. Es decir, existe un 25% de los habitantes que no acceden al transporte en “condiciones de equidad”. 

En términos generales, según el AMB, el transporte público se presta en buenas condiciones. Sin embargo, reconoce que existen “algunas situaciones” en las que se requiere trabajar. 

Si uno ve el mapa de cobertura se da cuenta que hay algunas zonas en las que no llega el transporte de manera equitativa. 

En varios sectores del suroccidente de Barranquilla, de la localidad Metropolitana, del sur de soledad y áreas rurales de Malambo tienen dificultades con la cobertura de buses y busetas. (Ver infografía)

Barrios como Santa María, Las Américas, El Bosque, Lipaya, Evaristo Sourdis, La Esmeralda, La Sierrita y 20 de Julio, son los que más tienen problemas de cobertura. En estos barrios residen unas 100.082 personas, según las cifras de la Oficina de Participación Ciudadana del Distrito.

En esta zona la infraestructura vial, aunque ha mejorado con los años, no es óptima para que se preste el servicio de transporte público. 

Por esa razón, según el AMB, los usuarios se ven obligados a tomar dos buses o usar un medio informal para llegar hasta una vía en la que sí pase una ruta o, en su defecto, un bus que sí los lleve hacia su destino. 

Capacidad de movilización

El AMB precisó que actualmente Barranquilla cuenta con una flota de 3.090 buses y busetas que prestan sus servicios en el área metropolitana. Estos vehículos están distribuidos en 89 rutas legalmente autorizadas que prestan 25 empresas de buses. 

Los 3.090 buses tienen una capacidad transportadora de aproximadamente 700 mil pasajeros.

Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas, Dane, las cifras del segundo trimestre del año (abril, mayo, junio) el transporte público tradicional movilizó al 86,1% del total de los usuarios, el porcentaje restante 13,9% fue movilizado por el Sistema de Transporte Masivo, Transmetro. 

Las cifras indican que durante este periodo de tiempo se movilizaron aproximadamente 60 millones de pasajeros en 2.845 vehículos. Esto representa un aumento del 0.9% en el promedio mensual de vehículos y a un crecimiento del 4,5% en el número de pasajeros transportados, con respecto al segundo trimestre de 2017. 

De acuerdo al AMB los destinos a los que más llegan los barranquilleros y los habitantes el área metropolitana son hacia el centro de Barranquilla, el sector de Prado y Alto Prado y el corredor universitario.

Isidro Ruiz, consultor en movilidad, aseguró que se debe adoptar el plan maestro de movilidad y trabajar por la integración del transporte, donde el eje sea Transmetro. 

Cuestionó la posibilidad de poner en marcha un metro ligero, porque, además de “costoso”, “no va a mejorar” el tiempo de desplazamiento de los usuarios.

Integración

El AMB indicó que se encuentra revisando cada una de las rutas que prestan los servicios en esta área, para que mediante el proceso de estructuración del sistema de transporte integrado que firmó la entidad con Transmetro, la Alcaldía Distrital y la Financiera de Desarrollo Nacional, se realice una modificación de las rutas, con el fin de que todo el territorio quede cubierto. 

“Los buses se demoran mucho”
Verónica Primo (vestido de rayas) se inclina para dejar pasar a otros pasajeros.

Cuando el sol amagaba para confirmar un amanecer radiante a las 6:38 a.m., unos nubarrones impiden su cometido y un leve sereno obliga a Verónica Primo Anaya a sacar su paraguas mientras esperaba en la rotonda de la calle 17 frente al barrio La Chinita la ruta carrera 54 de Sobusa, que la transporta hacia Alto Prado.

Aunque desplazarse desde su casa, ubicada en la calle 13 con carrera 10, hasta el paradero improvisado no le representa dificultades por su cercanía, el panorama “caótico” de la glorieta llena de tractomulas haciendo sonar las bocinas para evitar chocar, de algunos buses, de bicitaxis zigzagueando y de un grupo de ciudadanos tratando de embarcarse en el bus le causan malestar a esta mujer de 34 años.

“Los buses se demoran mucho, no muestran unas frecuencias organizadas y uno es quien debe salir con media hora más temprano de lo normal o llegar tarde al compromiso”, expresa la trabajadora independiente que, desde hace dos semanas, frecuenta esta travesía para diligenciar documentos de su inmueble en la oficina de gerencia de Gestión Catastral, en la carrera 54 con calle 75.  

Tras completar cinco minutos de aguardar por la ruta, esta proviene del bulevar de Simón Bolívar y gira para tomar la calle 17, donde Verónica saca su mano derecha para que el chofer la recoja precisamente a las 6:43 a.m. 

Es entonces cuando sube al automotor con 40 sillas, pero ninguna disponible, por lo que debe ir de pie a unos dos metros de la puerta de entrada del bus, conducido por Alberto Tarazona, quien recibió de la habitante de La Chinita los $2.000 equivalentes al pasaje.

A esas alturas del día, se desplazan en promedio 50 personas hacia el centro y norte de la ciudad, quienes escuchan vallenato clásico que programa una emisora producida por Alberto en un vetusto radio adaptado al vehículo. Algunos mueven la cabeza siguiendo el ritmo de la canción y otros la tararean.

De pronto, la velocidad prudente con la que conducía el piloto disminuye por otro trancón en la calle 17 con carrera 29. El vehículo escasamente avanza y la brisa fresca que ingresaba por las ventanillas decoradas con cortinas rojas ahora es nula. El calor se incrementa proporcionalmente a la cantidad de pasajeros que se montaron en esa esquina y que hacen perder a simple vista a Verónica debido a su estatura, que no supera los 1,54 m.

A cada uno los mira con detenimiento pues, a su parecer, es el punto más crítico en materia de seguridad. “Normalmente en un viaje seguro, nunca me han atracado, pero siento que el área de Rebolo es el más peligroso”, asevera.

Sin embargo, un par de minutos después fluye el tráfico, y en La Magola se desembarcan un grupo de 10 personas, lo que permite que la mujer se siente en una silla de la fila localizada en la mitad del bus. “Conté con suerte de sentarme, porque hay veces que llego de pie hasta mi destino. Pero no me canso, porque ya es cuestión de costumbre”, dice mientras sonríe.

A partir de la Vía 40 con carrera 50, Alberto Tarazona aumenta la velocidad hasta donde lo permite el reglamento gracias a la carretera despejada, por lo que el viento vuelve a invadir el vehículo y a refrescar a los 40 pasajeros que continúan el trayecto.

Después de recorrer 7,8 kilómetros, aproximadamente, Verónica se baja en la esquina de la carrera 54 con calle 75. Y, tras 40 minutos de trayecto, a las 7:23 a.m. llega a la oficina no sin antes hacer una reflexión: “El transporte público en Barranquilla no es muy bueno, porque a veces demora y otras veces es inseguro”, concluye.

“Tarda más de la cuenta por los desvíos obligados”
Esther Moreno pide con su brazo derecho la parada al conductor del bus de Coochofal, de la ruta circular, en la calle 68 con carrera 3 Sur, de Siete de Abril.

Sobre una pedregosa vía del barrio Santa María, en la localidad Metropolitana de Barranquilla, avanza con pasos rápidos Esther Moreno Martínez a las 2:00 p.m. por la calle 72 con carrera 2 Sur con destino a la carrera 16 con calle 47B, para dirigirse a una cita de medicina general en el Hospital de Nazareth.

Es una barranquillera de 47 años que vive en este populoso sector desde que nació y, desde entonces, experimenta las “dificultades” de residir en una de las zonas que presentan problemas de cobertura del transporte público, según los registros del Área Metropolitana de Barranquilla (AMB). 

Por lo anterior, camina entre las calles cuarteadas para tomar la ruta de Coochofal circular que cubre hasta tres cuadras largas afuera del perímetro de su casa. Para ella, los 32°C no son impedimento para hacer la trayectoria, a pesar de que un motociclista le ofrece el servicio de mototaxi y va tarde a la consulta médica. “Las motos están cobrando caro, prefiero irme a pie”, dice la ama de casa.

Tras salir de su barrio en un recorrido de 10 minutos, se detiene en la esquina de la calle 68 con carrera 3 Sur, del barrio Siete de Abril, donde su desespero aumenta con el avance del segundero del reloj que le brinda el tiempo desde su celular, el cual mira cada minuto.

Unas busetas de la línea Monterrey pasan continuamente de manera veloz, pero no le sirven para el destino que le corresponde. “Así es la vida, cuando no estoy esperando ese bus (Coochofal), pasan en fila”, dice la mujer.

Es ahí cuando se asoma, entre el polvorín que levantan del pavimento las motos y carros que por allí se trasladan, un bus de colores rojo y blanco que identifican a la ruta que se hizo esperar por 20 minutos. 

Paga sus $2.000 equivalentes al valor del pasaje, el cual entrega al conductor que le extiende su brazo derecho hacia atrás, mientras ella busca un asiento de los 21 cupos que tiene este tipo de vehículos, ubicándose en la penúltima fila. “Hace mucho calor”, manifiesta después de pasarse una pequeña toalla blanca por su rostro. Su comentario es compartido por otros pasajeros.

Mientras tanto, la buseta que transporta a Esther se transporta a 20 kilómetros por hora durante su paso por las zonas residenciales de Siete de Abril, Santo Domingo, San Martín, Cordialidad y Cevillar, hasta donde se desembarca la habitante de Santa María, a las 2:38 p.m.; es decir, 18 minutos después de haberlo tomado. Un recorrido que ahora “tarda más de la cuenta por los desvíos obligados, debido a las obras en La Cordialidad”, asegura.

Sin embargo, la ruta no la deja al frente de la institución médica, sino en la carrera 14 con La Cordialidad, por lo que le toca caminar hasta la carrera 16 con calle 47B, en el acceso principal de consultas médicas.

Su cita era a las 2:00 p.m. y llega a las 2:45 p.m. con la ilusión de ser atendida “así sea con el último turno”.

“Me canso más en el bus”

Alex Suárez es trabajador en la parte de mercadeo en una empresa de productos lácteos. Su lugar de trabajo está ubicado en el centro de la ciudad, pero su vivienda está en el Concord, Malambo, zona del área metropolitana de Barranquilla. 

Cuenta que sale del trabajo a las 7:00 p.m. y desde ese momento comienza su “calvario” para encontrar una ruta que lo acerque hasta su casa, o por lo menos hasta un sector en el que pueda tomar un transporte informal.

“Es una odisea encontrar un bus vacío, más si es de lunes a viernes cuando el tráfico está tan congestionado”, cuenta el hombre, quien señala que el trayecto hasta su vivienda puede llegar a demorarse hasta una hora y media.

Alex asegura que tomar el transporte público y “soportar” el trayecto hasta su hogar lo cansa más que trabajar las 8 horas diarias en la empresa de lácteos. “El bus hace muchos desvíos por las obras y eso afecta y hace más demorado el trayecto, que por lo general siempre lo hago de pie”, indica Alex mientras avanza la ruta que tomó hace 10 minutos.

Un luchado regreso a casa

Después de una tarde llena de incertidumbre por la gripa de su hija, María Coronado Orozco celebra la mejoría que la criatura muestra en su estado de salud a eso de las 5:00 p.m., cuando sale de la sala de urgencias tras ser atendida por los galenos. Sin embargo, no se imagina que lo difícil apenas empieza.

Con la menor de cinco años en brazos, decide esperar el bus de la ruta Sodis de la calle 82 a la altura de la carrera 49C, con la intención de llegar hasta su casa en el Portal de los Nogales, en Soledad, pero 20 minutos después no lo logra tomar por la cantidad de pasajeros que llevan esas busetas hacia el sur de Barranquilla.

“Demoro mucho con solo esperarlas, vienen demasiado llenas y como voy con la niña no puedo subirme así”, dice la mujer de 24 años.

Por eso se desplaza caminando hasta la calle 86 con carrera 51B para tomar la misma línea, pero la que cubre la ruta Circunvalar-Soledad. Sin embargo, el panorama en esa esquina es más complejo: alrededor de 20 personas, entre obreros, secretarias y oficinistas, aguardan en la esquina por la misma ruta y los buses pasan repletos de pasajeros, algunos en la puerta.

Desde las 5:30 p.m. que María y su hija se encuentran allí, solo logran coger la buseta de color azul cuando el reloj marca las 6:45 p.m.; es decir, una hora y 15 minutos después de estacionarse en ese lugar.

Con más de 40 personas en el automotor, sin incluir al conductor, María va hasta la parte de atrás tropezando con los pasajeros que van de pie hasta lograrlo. Roberto Marriaga, quien yace sentado desde antes de que se montara la madre con su hija en brazos, le cede el puesto. 

“Yo no debería ir de pie, porque sufro de artrosis, pero no soy capaz de ver a esta joven con su niña yendo de pie y por eso le doy el puesto sin importar mis dificultades”, manifiesta el comerciante, quien comparte su percepción sobre el transporte público de Barranquilla.

“Las autoridades, en vez de aportar facilidades a los usuarios, le ponen trabas al transporte de los mismos. Yo me dedico a vender escobas y traperos que traigo desde Usiacurí, pero no me puedo transportar en un bus que posee el sistema de sensores para validar el pasaje porque me cobra también la mercancía”, dice Marriaga, quien agrega que, a diario, toma taxi de dicho municipio hasta Barranquilla y de allí hasta el norte para así poder trasladar el material.

Añade que por cada pasaje de taxi se gasta $10.000 y en bus debe pagar $2.000 más.

Por su parte, el calor hace mella en los pasajeros que viajan apretados debido a la poca ventilación que corre al interior del bus, que no avanza por un trancón en la Circunvalar a la entrada de La Pradera.

Tras agilizar el tráfico, María, con su rostro sudoroso y echándole fresco a su niña, baja del bus en la entrada del barrio Los Robles, a las 7:37 p.m. Decenas de mototaxistas le ofrecen sus servicios, pero no los toma, porque “no confío en ellos”. Entonces, camina uno 100 metros, aproximadamente, y toma un motocarro que le cobra $3.000 para llegar en cinco minutos “por fin” a su hogar y terminar una odisea desde el norte de Barranquilla hasta este barrio de Soledad.

La norma

El Estatuto Nacional de Transporte y los demás decretos reglamentarios no establecen una distancia específica para ubicar paraderos de buses y definir las rutas, pero sí deja claro que el servicio de transporte es un derecho de los ciudadanos.

Evelio Orozco, ingeniero y experto en temas de movilidad, explica que las rutas se definen con base en un estudio de ingeniería de tránsito sobre el  origen y destino, la disponibilidad de vías, la señalización y la demanda.

Sin embargo, Orozco advierte que la misma norma da facultades a las autoridades municipales para que amplíen las rutas, de tal manera que puedan cubrir las zonas nuevas que no tengan acceso al transporte.

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