Barranquilla

En el corazón del Paro: los chalecos azules que protegen vidas

Con agua, cámara, papel y lápiz en mano, los defensores de los derechos humanos se encargan de velar por las garantías de una marcha.

Cuando la crisis estalla y hay más sombras que luces, más dudas que certezas, más violencia que paz, ellos se quedan en la línea de fuego donde nadie más quiere estar: la frontera entre las armas traumáticas, los bolillazos, los insultos a diestra y siniestra, la lluvia de piedras, la explosión de una molotov y las solicitudes de auxilio. Entre golpes, lágrimas y sangre.  Mejor dicho, en Troya.

Su labor es ingrata, pero se mantienen al pie del cañón, en muchas ocasiones un espacio de intervención  tan pequeño como peligroso. Y ahí, entre la ínfima distancia que queda del choque directo entre los integrantes del Escuadrón Antidisturbios (Esmad) y los manifestantes, entre las pecheras termoplásticas y un estudiante caído, ellos se cuelan como pueden, como un invitado al que todos desprecian, y en medio de los males al que decidieron arriesgarse, se dedican angustiosamente a velar por los derechos que están a nada de violarse.

La escena queda retratada y explicada de manera reposada en un texto, pero evidentemente es una lucha desigual en el terreno. Es David contra Goliat. Es un grupo de muchachos jóvenes con chalecos azules que vigilan que el entrenamiento táctico, el poderoso arsenal y la evidente fuerza física de los uniformados no vulnere los derechos fundamentales de los manifestantes. Es una voz que vela por el estado social de derecho cuando no la cumplen dos de las tres partes involucradas.

Lo anterior es explicado por los defensores de los Derechos Humanos de Barranquilla, una Red Distrital de estudiantes universitarios, principalmente de la educación pública, que trabaja conjuntamente con la Defensoría del Pueblo y la Personería para que las manifestaciones en la ciudad se desarrollen respetando la vida de los que en ella participan,  como dictan los antiguos convenios de Ginebra.

Según algunas fuentes consultadas, en Barranquilla hay al menos 30 organizaciones que velan por los derechos humanos.

En uno de los plantones realizados en Barranquilla.
La labor

Sumergidos aún en una pandemia que no da tregua, Colombia empezó a vivir hace doce días un estallido social a causa de diferencias entre varias organizaciones con el Gobierno actual. La gente se ha tomado las calles en son de protesta y, aunque la mayoría han sido en tono pacífico, no han faltado los desmanes, las denuncias de represión policial y los heridos de lado y lado.

Debido a lo anterior, los defensores de los derechos humanos se han hecho presentes en las movilizaciones. Su labor comienza mucho más temprano que la hora pactada para las manifestaciones. Lo hacen con el objetivo de crear una logística sólida, de hablar con los líderes de la movilización y de presentarse ante las autoridades competentes, las mismas con las que más tarde se rompería la frágil cordialidad con las estrecharon las manos horas antes.

En un plantón como el registrado el pasado 6 de mayo, que se desarrolló en las afueras del Romelio Martínez, la labor de estos defensores pasa inadvertida. Simplemente se dedican a observar de lejos y a brindar agua o algún insumo necesario a quien lo necesite y esperan a que todo acabe con normalidad. Pero no siempre es así.

En días anteriores al 6M, la situación fue mucho más adversa. Los manifestantes se enfrentaron con la fuerza pública y todo se salió de control. Ahí empezó el corre-corre y el diálogo airado con los antidisturbios para que frene la violencia contra los presentes. Entonces les suplican que suelten a quien acaban de agarrar, que dejen de darle una paliza a un vándalo y que les informen a dónde van a trasladar a un capturado. En ese tira que jala ellos reciben más de un golpe e insulto.

“Nosotros corremos de arriba abajo de la movilización. Discutimos con la Policía, tenemos que estar pendiente de la seguridad privada, que en últimas se ha vuelto un factor de riesgo para los integrantes de derechos humanos. En realidad son situaciones que a veces nos preocupan. La adrenalina se sube mucho cuando el Esmad va a intervenir o cuando hay personas que se convierten en factor de riesgos para nosotros y para las personas que se manifiestan”, explicó Maicol Mesino.

“Yo calificaría mi labor como riesgosa, pero es muy satisfactoria. Lo hacemos porque nos gusta. Lo hacemos para tener la satisfacción del deber cumplido porque no tenemos ningún tipo de retribución”, agregó.

No es fácil cumplir con esta tarea. Cuando la mayoría de manifestantes huyen despavoridos por la lluvia de gases lacrimógenos, un compuesto químico que irrita los ojos y dificulta la respiración y que por lo general anuncia que la marcha dejó de ser pacífica, ellos se mueven con agilidad felina para detectar los puntos donde hay enfrentamientos. Los defensores de derechos humanos no están para detener la batalla, sino para calmar un poco los ánimos. 

Con cámara en mano, graban cualquier presunto abuso policial, con lápiz y cuaderno apuntan los nombres de los capturados y, con lo que les queda de valientes, se trasladan hasta la UCJ a la espera de que liberen a los marchantes. También les entregan números de abogados y les informan de sus derechos.

Además, muchos defensores están capacitados para brindar ayuda médica.

“La labor es un poco compleja. Salimos desde muy temprano y somos los últimos en llegar a nuestras casas. Nos toca acompañar a la gente cuando es trasladada a la UCJ hasta cuando son liberadas. A veces somos víctimas de amenazas de personal de seguridad privada. Es muy estresante. Nuestra labor no nos impide ser empáticos con alguien que está cayendo o con alguien que está siendo vulnerado en sus derechos. Muchas veces exponemos nuestra propia vida al recibir un golpe”, expresó Jesús Ariza.

Un defensor dialoga con un uniformado.
Ingratitud y maltrato

Contrario a lo que se cree, la fuerza pública no es la única organización donde los defensores ponen la lupa. Los mismos manifestantes muchas veces se encargan de oscurecer las jornadas y de poner en aprietos a los ‘chalecos azules’.

“La Policía no siempre tiene la culpa. Muchos de ellos hablan con nosotros y tratan de que todo se haga bien. Hasta les reclaman a sus compañeros cuando se pasan. El problema es que también hay muchos marchantes que no tienen respeto por la ciudad y por la vida del otro. En estas marchas se han visto muchos infiltrados y vándalos que se han dedicado a hacer daño y eso hace que las cosas se nos salgan de las manos. Por otro lado, a los manifestantes muchas veces no les agrada nuestro trabajo y lo critican. Creen que somos sapos, no sabría decir. La verdad estamos para ayudar”, dijo un defensor que prefirió reservar su nombre.

“Cuando está sangrando alguien nuestro comité médico es el primero en correr para auxiliarlo. Es un poco compleja nuestra situación. A veces somos criticados por los manifestantes que no entienden nuestra labor y que se basa en ayudarlos a ellos.

Pero saber que evitamos alguna confrontación, que le pudimos salvar la vida a alguien, o que prevenimos episodios de abuso y agresión es muy gratificante, dijo por su parte Ariza.

A pesar de los malos momentos, los defensores de los derechos mantienen firme su postura y aseguran que seguirán velando por la comunidad y siendo el ‘chaleco salvavidas’, en este caso azul en vez de tono o naranja, para quien lo necesite.

Jurisprudencia

La labor de los defensores de los derechos humanos es legitimada en el decreto 003 del 2021, el cual es claro al indicar que la ciudadanía tiene participación directa para conjurar, prevenir y sancionar la intervención sistemática, violenta y arbitraria de las fuerzas públicas en manifestaciones o protestas.

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