El Heraldo
Barranquilla

Condena en tiempos de pandemia: historia de un barranquillero preso en EEUU

Desde la prisión, el condenado por tráfico de drogas le contó a EL HERALDO cómo vive su día a día desde que la COVID-19 llegó a la Rivers Correctional Institution, en Carolina del Norte.

Tras haber recorrido un par de celdas desde el 2016, cuando fue condenado a más de cinco años por tráfico de droga, el ‘Patón’ llegó en junio del año pasado a la que sería su última ‘guarida’ antes de volver a respirar el aroma de la libertad. Desde entonces, empezó su conteo regresivo.

En días casi que idénticos, este barranquillero, de 32 años y criado en el barrio Boston, buscaba mantenerse ocupado en actividades que, además de generarle algunos dólares, le regalaban la sensación de que las manecillas del reloj daban la vuelta más rápido y, así, agilizaba la llegada de su partida (12 de marzo del 2021).

En su tarea de quemar tiempo, repartía el día entre el ejercicio, trabajo, estudios para conseguir el título de bachiller, las reuniones en la cafetería durante los tres platos, el deporte y las tertulias en el ‘dayroom’ (salón social).

¿Qué podía cambiar?, ¿acaso es posible estar más confinado de lo que se está, por naturaleza propia, en una prisión?, ¿algo podía ser más monótono para él?

Todo era rutinario, pero normal, hasta que llegó lo inimaginable: un virus que generaría una emergencia sanitaria, económica y social en todo el mundo, incluyendo las más de 104 hectáreas en las que está construida la Rivers Correctional Institution, una prisión federal de baja seguridad, ubicada en Carolina del Norte (EEUU).

Fachada de la Rivers Correctional Institution. Tomada de Internet.

Primeras medidas

Estados Unidos ha sido hondamente golpeado por la COVID-19 (más de 61.000 muertes y más de un millón de contagios), y las prisiones no han sido inmunes a la situación (casi 10.000 enfermos y más de 130 fallecidos, según datos recopilados recientemente por The Marshall Project).

“Cuando empezaron a salir las noticias sobre casos de contagios en las cárceles, la Oficina Federal de Prisiones (BOP) mandó la orden de que nos pusieran en cuarentena, pero podíamos salir al ‘dayroom’, salíamos a comer unidad por unidad y nos ubicaban cada dos asientos. También podíamos ir a trabajar”, cuenta el barranquillero en diálogo con EL HERALDO.

“Luego, cuando el sargento nos notificó que nueve personas, entre guardias y presos, estaban contagiadas aquí en la prisión, tomaron otras medidas. En las mañanas salíamos, por dos horas, los del piso de arriba. Nos bañábamos, hablábamos por teléfono y nos encerraban hasta el día siguiente. Después del almuerzo, en la tarde, salían los del piso de abajo”, agrega.

Todo cambió

Desde aquel anuncio en la prisión –la cual está repartida en cuatro unidades (A, B, C y D), que, a su vez, están dividas en salas– los protocolos se cumplían a cabalidad, pero había chance para una que otra cosa. Sin embargo, todo cambió cuando, hace poco más de un mes, llegó la segunda noticia.

“Nos dijeron que en la unidad donde yo estoy hay cuatro personas que tienen síntomas de coronavirus. A los cuatro les hicieron las pruebas y a dos, los que estaban peor, se los llevaron. Ahora estamos esperando que traigan los resultados para ver si son positivos o no”, relata.

A partir de ahí dejó de haber tiempo para el gimnasio, la librería y el trabajo; pasearse por las canchas de fútbol o básquetbol ya no es una opción. Tampoco hay cabida para el esparcimiento en el ‘dayroom’ y también se acabaron los encuentros en el comedor.

La rutina del ‘Patón’ ahora inicia hacia las 9 de la mañana. A esa hora se para de la cama y, mientras se ejercita, espera que le lleven su primer bocado del día: “Dos rodajas de pan, un poco de mantequilla de maní, cereal y un vaso con leche”.

Una hora después, la puerta metálica con la que aseguran su celda se abre, pero no por mucho tiempo… tiene cinco minutos para tomar una ducha y volver a enclaustrarse dentro de las cuatro paredes. Ahí espera que le tomen la temperatura y que un guardia aparezca con el almuerzo: “Una mortadela de pavo, una torreja de queso, dos rodajas de pan y agua”.

‘Patón’ considera que en su unidad las reacciones “no han sido las mejores”. Afirma que apenas hace una semana –exactamente el pasado 23 de abril– le dieron a cada recluso un tapabocas y una barra de jabón.

El tapabocas y la barra de jabón que recibió el 23 de abril.

Estricto confinamiento

Así, intercambiando anécdotas con su “celi” (compañero de celda), transcurren ahora las primeras horas del día para él y, probablemente, los cerca de 1.250 reclusos que alberga esta cárcel del condado de Hertford.

La noche se acerca y las condiciones no cambian mucho. Desde el ‘duchazo de policía’ de la mañana, el ‘Patón’ no vuelve a cruzar la puerta. Luego del conteo que hacen los uniformados, en su estricto confinamiento, espera que el sol empiece a ocultarse para que le tomen la temperatura por segunda vez y recibir el “único plato caliente del día”.

“Realmente es una cena muy pobre. Nos dan dos tortillas de harina, dos cucharadas de fríjoles, arroz, un pedazo de carne de soya y una manzana. Eso es todo”, lamenta.

Viendo los destellos de luz que se filtran por los cuatro pequeños vidrios de la puerta, irrumpiendo la oscuridad de una celda ya silenciosa, y a la espera de que apaguen las luces para conciliar el sueño, culminan los días del ‘Patón’ en tiempos de pandemia.

 

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