Atlántico

En video | El duro y noble oficio de los ‘escobitas’

Unas 1.075 personas se encargan de barrer las diferentes calles de Barranquilla. Los operarios se quejan de la falta de cultura ciudadana.

La ley es la ley y por eso Don Narciso* tiene claro que para evitarse sofocos matrimoniales es mejor cumplir cada orden a cabalidad. Ya estuvo ‘caído’ hace muchos años, por allá en la década de los 90, según cuenta, por lo que ahora, la patrona, su mujer, tiene un riguroso protocolo cuando su hombre llega todos los días de trabajar.

La orden es clara: la ropa se desinfecta en el patio, en un caldero lleno de agua y detergente. Luego de ese primer paso y el posterior baño, antes de acercarse a cualquier miembro de la familia, es necesario –haya o no haya pandemia– otra limpieza de pies a cabeza con alcohol y comprobar que ningún olor nauseabundo se le haya impregnado en la piel para –posteriormente– poder acurrucarse en su nido de amor.

Todo para evitar una enfermedad, para evitar contaminar su casa y para dejar atrás el reguero de basura por el que estuvo, un camino que disfruta limpiar, pero que muchas veces lo frustra. Lo lástima. Lo cansa. Lo hace querer tirar la toalla cada tanto por la falta de cultura ciudadana en materia de residuos.

Don Narciso roza los 60 años de edad. Se le nota a leguas. En la piel caída, en el caminar lento, en las arrugas. En que le cuestan las cosas más que al resto. Pero –a pesar de que el cuerpo ha perdido fuerza y elasticidad– el viejo le sigue poniendo el pecho, con escoba en mano, al noble proceso de limpieza de Barranquilla. Lo hace en zonas complicadas del centro de la ciudad que, cuando cae la noche, parecen convertirse en tierras de nadie. Y ahí, mientras hace su labor de escobita, observa todo lo que pasa en la noche barranquillera sin que nadie lo moleste.  Sin que nadie se atreva a levantarse en contra de él. Es un testigo invisible. Un trabajador con los ojos puestos al piso, lejano de las peleas entre prostitutas, los robos entre habitantes de calle y los negocios turbios que se hacen entre callejones.

Convive entre el ‘estiércol’ de la ciudad y la delincuencia, pero está –al igual que sus colegas– más que orgulloso de su oficio. Es intocable. Es valioso para su familia y  para los pocos que se adueñan de las esquinas a medianoche.

“Con nosotros (escobitas) no se meten los coletos. Nos va bien. La clave es cuidarse y bañarse después del trabajo para que la pudrición no se le pegue. Mi mujer se molesta si no me baño bien. Ella cree que tengo noviecitas por el centro porque les digo que las muchachas que venden tinto me dan comida y me cuidan en la noche. Bueno, un día la tuve, pero eso fue hace mucho (risas)”, aseguró.

Una labor especial
Una labor para el beneficio de la comunidad. JOHN ROBLEDO.

El oficio de escobita no es una labor para cualquiera. Todos lo saben en la ciudad, pero parece que muchas veces se olvida. Se olvida tanto que cada año, según cuentan, las distintas calles se llenan de mucha más basura en las noches. Más basura es más trabajo, más esfuerzo. Un esfuerzo que no tiene fin. Un círculo complicado.

En Barranquilla, según cifras entregadas por la Triple A, hay cerca de 1.075 operarios que diariamente se encargan de hacer el barrido por todas las calles de la capital del Atlántico, un batallón de hombres azulados que trabajan arduamente en turnos hasta las 2 de la madrugada con un objetivo claro: una ciudad limpia. El trabajo es durísimo, pero al final de cada jornada aseguran que todo valió la pena. Eso sí, tienen sus quejas con la comunidad y más en estos tiempos de crisis sanitaria.

“Hay que tener mucho cuidado con cualquier objeto que vayamos a tocar. Por seguridad hay que estar atento en todo momento. Me da tristeza que hay varios puntos que los dejamos limpiecitos y a la hora ya está sucio de nuevo. Me molesta porque es mi trabajo. Barranquilla tiene mucho botadero. Me gustaría que entre todos estuviéramos más pendiente de esas cosas”, explicó Justo Darío Quiroga, de 52 años, en diálogo con EL HERALDO.

“Lo chévere es que la gente está satisfecha con el trabajo de nosotros. Lo único que pido es que tratemos de no arrojar tanta basura a la calle. Con el invierno se crecen los arroyos con mucha basura y de ahí vienen muchas enfermedades”, agregó.

Los problemas no paran ahí. Muchas veces cuando apilan en alguna cera toda la basura que encontraron a su paso, los habitantes de calle o recicladores llegan inmediatamente al lugar para intentar rescatar uno que otro objeto y luego poder cambiarlo por algunos pesos. Ahí comienza otro dolor de cabeza. Lo que es una faena para unos es una tortura para otros.

En ese momento, como a cualquier amo o ama de casa, no hay nada que enfurezca más que alguien ensucie lo que ya se limpió o que los recipientes de basura parezcan solo objetos decorativos y no el lugar ideal para desprenderse de lo que ya no sirve.

“La gente no echa la basura en bolsas. No tenemos educación o cultura ciudadana. A veces da miedo este trabajo porque uno no sabe qué puede encontrar ahí en la basura. Lo bueno es que nunca me he pinchado”, dijo José Cerezo.

Ser ‘escobita’ es tener el cuero duro. Es acostumbrarse a los olores, a los cadáveres de animales muertos, a no prestarle atención a la putrefacción de una rata muerta y a lo desagradable de tratar con el desperdicio del desperdicio.  Es no tirar la toalla de limpiar decenas de cuadras, a veces empinadas, y llenarse de paciencia cuando un transeúnte arroja algo al piso.

Mis hijos y mi familia saben que no puede ser cochinos. Si botan algo saben que me afectan más a mí. Que las cosas tienen su lugar”, dijo Rafael García.

“Esto es un esfuerzo grande que uno hace. Hay que darle duro y parejo. Al final uno se siente orgulloso por la gran labor que hace en la ciudad”, concluyó José Vicente Fuentes.

Según Triple A, en Barranquilla se recolectan mensualmente cerca de 1.400 toneladas de basura. Mucha de esta cantidad es apilada por los ‘escobitas’, que en un día de trabajo pueden usar hasta 60 bolsas plásticas para desechos.

‘Escobitas’: Una labor especial

El oficio que no es para cualquiera, pero que muchos en la ciudad olvidan valorar.

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