Atlántico

Colombia-Argentina: un drama con final feliz para los hinchas

Los seguidores del combinado nacional vivieron una jornada agónica en las diferentes esquinas, bares, estaderos y restaurantes de la ciudad.

Parecía todo echado a la suerte. Se había perdido la brújula. Todo era más oscuro que claro. Más Albiceleste que Tricolor.

Pero –cuando el chileno Roberto Tobar se preparaba para hacer sonar su silbato por última vez-, cuando había más caras largas que rostros sonrientes, más  impotencia que optimismo y más desilusión que fe, las calles de Barranquilla, en el momento menos esperado, explotaron de júbilo con un certero testarazo de Miguel Ángel Borja, un hombre de la casa, quien se encargó de poner  el punto final a un drama con final feliz.

La película del juego entre la selección Colombia y Argentina  fue toda  una montaña rusa de emociones para los simpatizantes de la Amarilla que, con el permiso de las autoridades, salieron a las calles, bares, restaurantes, estaderos y hasta el estadio Metropolitano Roberto Meléndez (un grupo muy reducido), para volver  vivir –con todos los condimentos que ellos conlleva- un partido correspondiente a la Eliminatoria Sudamericana.

La fiesta se vivió desde temprano. No importó el incesante, pero liguero sereno que cayó en varios sectores de la ciudad por gran parte de la tarde-noche.

El objetivo era gozarse la previa, el cotejo y el postpartido y, al final, se cumplió. Eso sí, esta vez – a diferencia de otras jornadas- en la capital del Atlántico no se vieron aglomeraciones en cada esquina.

Mery Granados

Los recintos musicales no estuvieron al límite de su capacidad y los ciudadanos no salieron en masa,  sin embargo,  hubo espacio para el gozo.

Hinchas madrugaron

Desde tempranas horas de ayer los bares abrieron  sus puertas y los clientes no tardaron en llegar, generando un ambiente festivo, sobretodo, en los alrededores del Coloso de la Ciudadela, donde niños, jóvenes y adultos se gozaron la previa de la jornada escuchando diferentes ritmos musicales o bailando.

El ingreso al escenario deportivo se realizó de manera normal. Las personas que tenían boleta para ingresar al recinto ‘madrugaron’ a la cita y , de a poco,  se hicieron presentes en las garitas de ingreso, mientras que otro grupo decidió quedarse en los alrededores ingiriendo bebidas alcohólicas. Todo en medio de un estricto protocolo de seguridad.

Con el pasar de las horas, la ‘fiesta’ empezó a tomar más forma y los hinchas del combinado nacional rápidamente se acomodaron en cuanto televisor de esquina había para apoyar a la Tricolor.

Mery Granados

Pesadilla inicial

Pero cuando apenas se estaban acomodando los aficionados en uno que otro bar, cuando algunos meseros apenas estaban haciendo sus primeras órdenes, y cuando todo se definía en risas, abrazos y aplausos, llegó el primer mazazo de Argentina.

Cristian Romero, de cabeza, dio el primer yerro para Colombia y sus aficionados.  De ahí, en adelante, florearon las cabezas gachas, los rostros tristes y las uñas mordisqueadas.

La película había comenzado de la peor manera. Y Leandro Paredes, cinco minutos más tarde, se encargó de convertirla en una pesadilla.

En los bares del sur y del norte de la ciudad nadie daba crédito por lo que pasaba. Era un estupor general. No era una fiesta. Era un funeral. Los sorbos de cerveza se alejaban de una alegría y se acercaban más al sentimiento de ruptura. Y así se extinguieron los minutos, los tragos y las charlas sin mayores cambios hasta el entretiempo.

Mery Granados

Agónica celebración

La pesadilla parecía consumada, pero los hinchas se aferraron a una pequeña luz de esperanza tras el  tempranero tanto en la segunda parte de Luis Fernando Muriel.

El tomasino devolvió la fe y regresaron los “Sí se puede, ¡vamos,Colombia!, ¡Hasta el final! Pero el ímpetu generado por el descuento se fue mermando por la actuación de Messi y su combo, que en cada intervención hacían suspirar a todos los aficionados.

Argentina seguía haciendo daño y los hinchas colombianos ya no encontraban consuelo ni en el licor, ni debajo de la mesa. No había ánimo de baile. Solo pensaban en volver a casa y bajar el trago amargo.

No había esperanza, pero en la agonía del juego Miguel Ángel Borja descorchó la emoción. En ese momento no importó el delay de los televisores, la tristeza arrastrada o la rabia contenida con uno que otro jugador. Solo hubo abrazos y felicidad.  Los hinchas barranquilleros celebraron un empate con sabor a victoria. Y, a pesar de todo lo malo, el drama tuvo un final feliz.

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