El Heraldo
Alejandro Obregón en el edificio de Telecom. Archivo Adlai Stevenson Samper
Arte

“Faltó una retrospectiva en el centenario de Obregón”

En la semana de los 100 años de nacimiento del artista, investigadores lamentan la falta de alianzas institucionales para preservar su obra.

“¿Cómo es posible que no tengamos este año la gran retrospectiva sobre Alejandro Obregón?”, se preguntó Sylvia Suárez el pasado 3 de junio en la víspera del centenario de este pintor durante la charla ‘¿100 años después, por qué es importante Obregón?’, organizada por la Universidad del Norte en el marco de las celebraciones por el aniversario del artista.

En el panel virtual conducido por Toni Celia, director del Centro Cultural Cayena de la Uninorte, acompañaron a Suárez los también investigadores y curadores Álvaro Medina, que fue amigo del artista, e Isabel Cristina Ramírez, estudiosa de su obra quien estuvo a cargo de curar una exhibición suya en el Museo Nacional de Brasilia de Brasil en noviembre de 2013. 

En la conferencia hubo anécdotas sobre la vida del pintor, análisis de las representaciones en su obra y sobre todo un cuestionamiento por “una especie de oscuridad en la que ha caído”, debido a la débil institucionalidad de la cultura local, regional y nacional, que ha hecho que los espacios que Obregón y su generación abrieron en el campo artístico estén cerrándose.

En ese sentido, Medina recordó que este año es también el centenario de Edgar Negret, Enrique Grau y Cecilia Porras, una generación a la que también pertenecen artistas como Eduardo Ramírez Villamizar y Antonio Rodas. “Todos magníficos, y Alejandro es de los que más destaca. Un gigante entre gigantes de su generación”, dijo. 

A pesar de su importancia, estos artistas deben luchar hoy contra un circuito frágil. “Sin la alianza institucional es muy difícil que realmente se tenga la pregnancia de una obra como la de Obregón”, apuntó Suárez, que añadió que su legado, con gran aceptación por el público, se quedó entre “dos garras: la de un mercado que reconoce la importancia y el valor de su obra y la de una institucionalidad que no está dispuesta a invertir porque quizá no reconoce su valor, o lo reconoce pero no le importa”.

Todo esto pese a que el mismo Obregón contribuyó, con artistas coetáneos, al surgimiento de un circuito artístico a mediados del siglo XX que propiciaría la creación de museos en Barranquilla y Cartagena. En estas ciudades, dijo Ramírez, las instituciones artísticas son muy “precarias”

Obregón tiene un lugar que no se ha gestionado a nivel internacional

“En el imaginario local hay una gran presencia de Obregón, pero todos extrañamos una gran exposición para esta fecha, que se pudiera celebrar más con su obra”, agregó. También sostuvo que “hay una tendencia a hacer énfasis en los personajes, las anécdotas, pero estos artistas están también necesitados de que se lea su obra tan potente”. 

Otro punto que cuestionó Ramírez es el tipo de coleccionismo que existe y ha existido en Colombia.

“Hay dificultad de que las obras puedan viajar y encuentren los espacios públicos para que muchas personas las vean (...) Lo que tendría que ocurrir es que efectivamente uno pudiera ir a un museo donde pudiera ver muchas obras de envergadura juntas”, dijo Sylvia Suárez. “Obregón tiene un lugar que no se ha gestionado a nivel internacional”.

Para ampliar este mismo asunto, Medina recordó los tres artistas latinoamericanos preferidos por Obregón, según este le dijo una vez en La Cueva: Joaquín Torres García (Uruguay), Rufino Tamayo (México) y Wilfredo Lam (Cuba). Todos ellos tienen sus obras preservadas en museos de sus respectivos países. 

El curador también contó que en el año 1973, el cubano José Gómez, director de artes visuales de la Unión Panamericana, le dijo que Obregón “es el pintor más importante de América Latina dentro de su generación y ustedes en Colombia no se han dado cuenta”.

‘Torocondor’, óleo sobre lienzo que Obregón pintó en 1960. Cortesía Museo de Arte Moderno de Barranquilla.

Puertas cerradas

La inexistencia de redes de museos e instituciones sólidas que visibilicen las obras, ha producido que como críticos y curadores, todos hayan tenido que ir a buscar obras de artistas en las salas de casas de tías o abuelas o parientes para poder verlas, o para rescatar una foto o documento olvidado.

 “Si eres un curador que trabaja en el terreno internacional, te comisionan una gran exposición y haces la tarea, viajas a los museos, entretejes la narrativa de los museos de las distintas ciudades… el que venga acá no va encontrar esos museos”, apuntó Suárez.

De la escasa catalogación y de la ausencia de apoyos para realizar estudios abarcadores, han surgido otros problemas que afectan hoy al arte colombiano. La pregunta que sobrevuela al respecto, formulada por Medina, es “¿de qué manera juegan las instituciones en el ascenso de ciertos artistas?”

“Las puertas se han vuelto a cerrar. Las instituciones colombianas funcionan mal. En las exposiciones latinoamericanas que se han hecho en los últimos 40 años, en Europa y Estados Unidos, el único artista que ha estado presente es Botero. Porque él tiene una galería en Nueva York, importante, trasnacional, que defiende a los artistas”, añadió el curador.

Es un asunto que, como enfatizó Medina, no se ha discutido públicamente. Y explica por qué, “si bien las puertas las abrieron ellos [Obregón y su generación], se han terminado cerrando”. 

Obregón compone con los espacios y el color. Si pintaba unas aves cayendo al mar, ahí estaba la naturaleza y la tensión de la naturaleza que sucede cuando caen las aves en picada 

Composiciones

Formado en Europa y Estados Unidos, nacido en Barcelona el 4 de junio de 1920, Obregón “escogió ser colombiano”, dijo Medina. Llegó a Barranquilla siendo niño, cuando su padre fue encomendado por su abuelo a liderar la empresa Textiles Obregón, una de las primeras trasnacionales textileras de Latinoamérica. Antes de dedicarse a la pintura condujo camiones para empresas petroleras en la zona del Catatumbo, cerca de la frontera con Venezuela, y fue vicecónsul de Colombia en Barcelona.

Ramírez lo ve como “un puente intelectual que se mueve de un lado a otro y esquiva muy bien el problema de adherirse en términos identitarios. Hablar de identidad en Obregón es difícil porque lo que tiene de más potente es que se mueve fluidamente” tanto en su vida como en sus referentes plásticos y su obra.

Sobre la etiqueta caribe en Obregón, un aspecto machacado entre los artistas de la región, Sylvia Suárez dijo que “no hay que ponerse bizco y ver qué tiene de caribe la obra de él, porque claramente y naturalmente lo tiene, sino desde ahí cómo se inserta en otros contextos”.

A la investigadora no le interesa ver qué representa el Caribe en su obra, sino como en ella se inserta el Caribe en esferas más amplias.

En el análisis de la obra obregoniana, los críticos señalaron elementos de sus pinturas, que acogen lo tradicional, lo local y también influencia europeas. En sus cuadros y murales por los que más destacó hay volcanes, selva amazónica, cóndores, bodegones, aves, pasajes de los Andes; y una paleta de colores grises, ocres, claroscuros, y no sólo el “colorido” del Caribe.

Obregón “compone en el espacio y con el color”, advirtió Ramírez. “Tiene una preocupación por el espacio y la pintura. Si pintaba unas aves cayendo sobre el mar, ahí estaba la naturaleza y la tensión de la naturaleza que sucede cuando caen las aves en picada”. 

Los panelistas también propusieron estudiar sus influencias recíprocas con artistas como Cecilia Porras. O, como señaló Suárez, con la relación con sus parejas, una de ellas la bailarina Sonia Osorio. “Hay una gestualidad en Obregón que tiene mucho orden. Uno podría leerlo en términos coreográficos”.

Medina recordó cómo la pintora Freda Sargent ayudó al pintor a revolver un problema en el cuadro Violencia (1962), del que se conocen varios apuntes previos en los que es notable la presencia del rojo de la sangre. Obregón no solía colgar sus cuadros en la pared de su casa, pero, excepcionalmente, en el proceso de dicha obra se traía los ‘apuntes’ y los miraba colgados en la pared de su casa. Al verlos, decía, inquieto, que algo no le funcionaba. Sargent, que empezó a seguir su trabajo, un día le dijo: “Date cuenta, la violencia no hay que pintarla con rojos, la violencia puede ser en blanco y negro”.

El resultado es ese cuadro en blanco y negro, con grises y manchas de rojo pequeñas. Fue premiado en el Salón Nacional de Artistas de 1962.

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