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Superar la dote de 15 terneros que entregó un holandés por la mamá de su amada, era el objetivo que tenía el wayuu José María Epieyú, o Parrariat, como es conocido en su comunidad, para poder casarse con el amor de su vida.

Así lo establecen los usos y costumbres de la etnia y por eso él no solo la superó, sino que la triplicó y logró su objetivo.

Esta historia comienza hace muchos años, cuando un barco llegó a Riohacha y a bordo venía el holandés Federico Van Grieken, quien se enamoró de Justa Bonivento Uriana, una atractiva mujer wayuu, cuya familia se negaba a dársela.

Finalmente y después de la entrega de los animales, pudieron casarse y tuvieron seis hijos, con quienes la naturaleza se comportó de manera equilibrada, ya que tres nacieron morenos y otros tres fueron blancos y de ojos claros como su padre.

Bonifacia Van Grieken, del clan Uriana, es una de las hijas de ese matrimonio que heredó los genes de su padre. Parrariat la conoció cuando se bañaba con una prima en una quebrada de la ranchería Cucurumana.

Desde ese día hasta ahora han pasado 70 años y siguen juntos, sin querer separarse y sin olvidar ningún detalle de ese día.

Ella comienza el relato y él lo termina, ya que se complementan tanto que mientras a ella le hace falta el sentido de la vista, a él le fallan los oídos. Todo es en wayuunaiki, pero en sus rostros se puede descifrar la emoción que sienten.

Juntos son capaces de recordar que ese día ella también recogía mamones, que él se los pidió, que ella no le quiso dar, pero que quedaron tan deslumbrados el uno con el otro, con la seguridad de que ese día comenzó su historia de amor.

Los números y fechas casi no les importan, solo reconocen que se aman y quieren morir juntos. Es por eso que no recuerdan cuantos años tienen, pero saben que son más de 90. “Todos los papeles se quemaron en un incendio que hubo en la ranchería”, dice ella sin mostrar mucho interés en el asunto.

Bonifacia quedó huérfana muy joven, ya que su padre tomaba mucho y su madre murió enferma, entonces quedó a cargo de sus tías y hermanos mayores.

Estos últimos le pidieron a Parrariat 45 terneros como dote, para poder entregarle a su hermana, pero las tías no estaban de acuerdo y siempre se opusieron.

El wayuu cumplió y llevó los animales, pero las tías se ofendieron tanto que lo rechazaron y por la falta tuvo que dejar unos collares y uno de los terneros.

El padre del wayuu se molestó cuando llegó a su casa triste y le dijo que se buscara otra mujer, a lo que Parrariat respondió que solo quería a “la wayuu más hermosa de Cucurumana”.

Finalmente llevó 50 terneros, un cofre con collares, aretes y pulseras, con lo que se selló la unión entre estos dos enamorados que hoy son el orgullo de sus once hijos, sus nietos, bisnietos y tataranietos.

No pueden separarse ni un instante. Es cierto que con la entrega de la dote, el wayuu podía casarse con Bonifacia y también que podría tener otras mujeres, sin embargo el decidió que solo la tendría a ella y que le sería fiel, a pesar de los comentarios y críticas que recibió en ese momento.

Su amor es tan grande que nunca se han separado y el único día que lo hicieron, fue hace poco cuando Bonifacia estuvo hospitalizada y Parrariat se quedó en la casa. A los pocos días él se enfermó, pero fue llevado a otro centro asistencial. Los dos se extrañaron tanto que en vez de mejorar con las medicinas, empeoraron. Su familia decidió que debían estar juntos y así lo hicieron. Fueron llevados al mismo hospital donde al encontrarse lloraron tanto al abrazarse que las enfermeras no pudieron aguantar la emoción y también dejaron salir unas lágrimas.

La historia es de amor verdadero, un amor que no lo detuvo una dote de animales y joyas, uno que nació en una quebrada y que perdurará más allá de la muerte.

No es una venta
Según el antropólogo wayuu Weildler Guerra en su nota El matrimonio wayuu no es una venta, en las sociedades no industriales en donde no prevalece la idea del amor romántico, el matrimonio es un asunto del grupo más que de los individuos.  Sin embargo, afirma que en ningún caso se trata de una venta o de la trata de seres humanos. “Entre los wayuu se entregan elementos como ganado y collares que no solo tienen un valor material sino que gozan de una valoración estética y simbólica. La compensación entregada por el novio le da también en su futura condición de padre una relativa  autoridad sobre la vida de sus hijos”, indica Guerra.

Por Sandra Guerrero Barriga

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